La entrada de Alcibíades y el problema del amor: del ultramundo al mundo

El amor es un problema, y tiene un aspecto en el que es particularmente un problema: el momento de declarar ese amor.

Platón nos enseña sobre esta cuestión en la escena que considero clave en el Banquete: la entrada, la irrupción de Alcibíades. Lacan insiste sobre el por qué de la introducción en el diálogo, de la figura ebria de Alcibíades, ¿qué nos quería decir Platón sobre el amor que no podía estar dicho en los discursos de los presentes en el banquete? En principio, que hay algo del amor que no puede articularse a lo discursivo.

El Seminario de Lacan sobre La Transferencia está plagado de referencias que dan cuenta de la erudición de Lacan a la vez que, de lo vivo de su transmisión, en la que va desplegando una pregunta ¿es posible la metáfora del amor?

Considero clave la escena de la entrada de Alcibíades porque creo que introduce, en el plano del amor, algo más allá de su versión imaginario-simbólica; más allá de narcisismos y compensación de faltas.

Dice Lacan “De entrada hay que señalar en qué mundo nos vuelve a sumergir de repente [la entrada de Alcibíades] tras el gran espejismo fascinador. Digo nos vuelve a sumergir porque este mundo no es el ultramundo, es el mundo a secas, donde después de todo ya sabemos cómo se vive el amor. Todas esas bellas historias, por fascinantes que parezcan, basta con un tumulto, con la entrada de unos hombres ebrios, para devolvernos allí como a lo real”(…) “En este momento, la dimensión del amor se nos muestra de una forma en la que, preciso es reconocerlo, debe de ponerse de manifiesto una de sus características. En primer lugar, está claro que cuando el amor se manifiesta en lo real no tiende a la armonía”1LACAN, J. El Seminario, Libro 8. La Transferencia. Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 158..

La entrada de Alcibíades rompe con la atmósfera del banquete, con el Ultramundo, y nos vuelve a sumergir en el mundo, dice Lacan. ¿Qué sucede allí? Algo que excede al banquete -que como tal es una ceremonia con reglas y de la que se habla de las maravillas del amor. Allí se produce algo que no estaba previsto, que irrumpe, cuando aparece Alcibíades borracho.

Revisemos la escena: Alcibíades está en posición de amante (erastés) y llega a través de sus elogios a encarnar la falta pura de algo que supone está en Sócrates, escondida cual tesoro en el sileno. Y llega muy lejos Alcibíades en la búsqueda de esa particularidad en el Otro. La figura, la imagen de Sócrates le queda corta, no es eso… entonces es un “no sé qué tiene” que Lacan alegoriza con el término ágalma.

Luego de la declaración de Alcibíades, con Sócrates en el lugar del amado (erómenos), estaría ya en la posición óptima para sustituirse como amante y realizar la metáfora del amor. Pero no lo hace. Se rehúsa.  Y para Lacan tiene que haber un saber en Sócrates que explique ese rechazo. Esto es que Sócrates sabe que, si da lo que tiene, es un espejismo2Cf. INDART, J.C. Problemas sobre el amor y el deseo del analista. Conferencia VI. Manantial, Buenos Aires, 1989, p. 152-153.. Sabe que es indigno de ese amor porque no tiene lo que el otro ve en él, ese ágalma que le reclama. Y entonces lo expulsa, diciéndole que sus palabras y reclamos de amor son muy agradables, pero embusteros, porque en realidad es a Agatón a quien se dirige3LACAN, J. El Seminario Libro 8. La Transferencia, op. cit. p. 182-183..

La entrada de Alcibíades tiene la relación más estrecha, dice Lacan, con el problema del amor y este es el punto alrededor del cual gira todo lo que está en juego en El banquete. Esa irrupción rompe con las reglas y propone otras, otro juego. Ya no se trata de elogiar al amor sino de declarar el amor a una persona, en acto.

Lacan elige en este Seminario como metáfora de amor amante, del don activo del amor, la mano que se extiende y enciende el leño, surge el rebrote, maduran los frutos, retornan los colores, surge la primavera. Y eso es cierto, lo podemos ver claramente en eso que reverdece en la gente cuando es tocado por la mano de ese amor amante.

Ahora bien, Lacan, para definir la metáfora del amor propiamente dicha, prosigue un poco más ese tema, entonces entra en un mito. Y nos dice ¿qué pasaría si cuando esa mano se extiende, por ejemplo la de Alcibíades y enciende el leño de Sócrates, surgiese de ese leño otra mano que fuese a su encuentro? En forma mítica, sería —dice Lacan—, la significación del amor. Sería un poco unheimlich, por el desgarramiento que eso supone en el fantasma.

Esto es algo que se verifica clínicamente en algunos casos de algunas mujeres que se ubican de un modo del dar lo que no tienen, en una incesante pasión por obtener de su amado ese reconocimiento amoroso, esa metáfora. Y, sin embargo, si esto ocurre, si quedan en posición de amadas, no solo se observa la respuesta histérica de la huida, o de la sustracción, o de la fobia, o el deseo de poner a Otra en su lugar (deseo por procuración, que es algo que Lacan también ubica en Sócrates), sino que se observa el golpe más profundo en cuanto a la indignidad de ser amadas, ese golpe que llega al objeto mismo como indigno.

Por medio de la metáfora del amor se produce al mismo tiempo, la extracción del objeto y el surgimiento del deseo; pero se trata del deseo puro, no del deseo de x… es un deseo vacío. Este sería el modelo que Lacan construye a partir de su lectura del Banquete con la relación de Alcibíades, Sócrates y Agatón: Sócrates es equivalente a la x del deseo. Alcibíades construye la desaparición de Sócrates como amante, de manera tal que surge a la vez Sócrates como deseo y Agatón como objeto.

“Entre estos términos que constituyen el amante y el amado, observen ustedes que no hay ninguna coincidencia. Lo que le falta a uno, no es lo que está escondido en el otro. Ahí está todo el problema del amor. Que se sepa o no se sepa no tiene ninguna importancia. En el fenómeno, se encuentra a cada paso el desgarro, la discordancia” (…) lo que yerra, lo que es amado en toda esta historia de El Banquete (…) Es algo que se dice con mucha frecuencia, en neutro (…) Es el objeto”4Ibid., p 61..

 

  • 1
    LACAN, J. El Seminario, Libro 8. La Transferencia. Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 158.
  • 2
    Cf. INDART, J.C. Problemas sobre el amor y el deseo del analista. Conferencia VI. Manantial, Buenos Aires, 1989, p. 152-153.
  • 3
    LACAN, J. El Seminario Libro 8. La Transferencia, op. cit. p. 182-183.
  • 4
    Ibid., p 61.