“Todo el mundo delira”

Todo el mundo hace su propia interpretación de lo que ocurre sin ninguna garantía de que eso tenga visos de acercarse a lo real. Durante tiempo, Lacan pensó que para acercarse a lo real más valía tomar ejemplo del discurso de la ciencia, pero en su última enseñanza se desdice, también tacha a la ciencia de elucubración.

En cualquier caso, decir que todo el mundo delira nos pone en un compromiso, si tenemos en cuenta los padecimientos de un buen número de seres hablantes que se encuentran subsumidos en un delirio y todo su esfuerzo consiste en mantenerse alejados del delirio, negándolo, para poder sobrevivir y mantener el lazo con los otros.

Su idea, y en eso no parecen estar equivocados, es que más rechazan aceptar el delirio, acompañado en ocasiones por alucinaciones, mas eso les permitiría no dejarse invadir por él. Esto hace que en principio no admitan ningún tipo de medicación, pero tampoco ningún tipo de cuestionamiento que permita ordenar los momentos de desencadenamiento.

Para estos seres hablantes los internamientos no se hacen esperar, así como la medicación forzada, cuando no se les priva de la tutela de salud, su responsabilidad civil es radicalmente puesta en cuestión. Esto les lleva a veces a reclamar justicia frente a los tribunales.

A veces el mismo sujeto, porque en muchas ocasiones se trata de sujetos muy informados, busca un analista con el cual poder encontrar un lugar “para hablar de su secreto” sin que le encierren inmediatamente. El analista apuesta por su capacidad de lectura, se interesa por cómo se las arregla en su vida cotidiana, apuesta también por su escritura y un trabajo de recomposición del lazo social se puede iniciar, aunque cabe estar advertido de que el delirio puede avanzar, esta vez bajo transferencia.

La diferencia entre ese delirio y el de todo el mundo es que ese no es aceptado por el Otro. Con una lucidez extrema, advierten que es un delito que nos tengan conectados.

En efecto, todo el mundo delira pero no todos son complacientes con la intromisión del Otro. O no se toman a broma cuando el Otro evalúa sin preguntar, para decidir por nosotros y manejar nuestras vidas.

En su curso “Todo el mundo es loco” J.-A. Miller1Miller, J.-A., Todo el mundo es loco, Paidós, Buenos Aires, 2015. se pregunta desde las primeras páginas “¿pero dónde estábamos?” ¿dónde estábamos cuando los cognitivistas y ahora las neurociencias empezaron a avanzar con sus calculadoras, con sus teorías del cerebro, con sus imágenes de ordenador, con sus cifras?

Cuando J.-A. Miller dicta estas clases estamos en el 2007, acababa de organizarse en Francia una campaña contra la depresión, coincidiendo con el hecho de que algunos trabajadores de France Telecom habían cometido un acto suicida. Pronto se supo que todos ellos habían perdido su trabajo a raíz del avance y de la implantación de las nuevas tecnologías. Entonces las autoridades emprenden esa campaña de prevención contra la depresión. No había que ir muy lejos en la interpretación del hecho si se pensaba que esa medida favorecía sin duda a las empresas farmacéuticas. Pero, concretamente, el mandato para los trabajadores de la salud mental fue que había que detectar rápidamente la tristeza (como también se trató de detectar precozmente el autismo y la delincuencia en la primera infancia) y a ser posible por medio de protocolos, sin miedo a invadir la intimidad de los ciudadanos.

Sabemos que ni a Freud ni a Lacan les entusiasmó nunca el diagnóstico de depresión. Mas bien pusieron el acento en la inhibición, en la falta de deseo. No invitaron a identificarse con ese diagnóstico homogeneizante, por el contrario instaron a buscar las propias palabras para declinar el malestar por fuera de los discursos establecidos y también a encontrar esas palabras que venían del Otro y que fijaron un modo de gozar.

No era la primera vez que J.-A. Miller advertía a los psicoanalistas sobre el estado de la civilización con respecto al psicoanálisis, su propia campaña empezó en el 2003 cuando enfrentó la enmienda Accoyer. Pero en el 2007 su divisa fue “hacer entrar al psicoanálisis en la wirlichkeit, en la realidad efectiva” y ante todo “estar en los medios de comunicación”. Para ello sugería un modo de hacer al que estaba presto a someterse él mismo: abandonar el lugar de profesor, ceder en su querencia por la erudición minuciosa que le permitía hasta ahora separarse del mundo, “entrar en la intersubjetividad”, “con el fin de practicar la empatía”. En efecto, se trataba de quitarse de encima ciertos prejuicios, incluso realizar una “llamada a la acción de los humanistas” a riesgo de ser tachado de oportunista. Todo vale para arremeter contra el fetichismo de la cifra, contra el cognitivismo, que se alía cada vez más con el discurso de la ciencia alumbrado por las nuevas tecnologías, dejando fuera la subjetividad de los seres hablantes.

Lo que nos enseñan esos seres hablantes que no ceden frente a los discursos de la salud mental, es que el real que les concierne y del que hablan irremediablemente por medio de sus certezas delirantes, si bien no es un ficción vivible no es tampoco intercambiable por una realidad discursiva que deja la puerta abierta a la intromisión del Otro en lo más íntimo de nuestra existencia.