EJES DE TRABAJO

Invención y producciones artísticas

Mónica Unterberger

Efectivamente, todo el mundo está en su mundo y cada uno en el suyo. Y eso quiere decir que cada uno se las arregla con los recursos de los que dispone como sujeto, como parlêtre, para afrontar los embates que el encuentro con lo real siempre provoca, poniendo a prueba la estructura.

El mundo en el que se vive está organizado por los discursos que bañan el lazo social, que une a los que lo habitan, discursos que siempre son cambiantes, contingentes, diversos. Afectan al uno por uno debido al efecto de las intervenciones del significante sobre lo real de los cuerpos, cada uno afectado en su síntoma procedente, tal como lo concibe Lacan, de los anudamientos singulares de las consistencias de lo simbólico, lo imaginario, lo real.

Las invenciones, ligadas a la función creacionista, son lo más propio de todo ser hablante por disponer del cristal de la lengua, de su estructura, del significante y la función de éste: agujerear lo real y producir lo que Lacan, en el seminario de La ética, enseña: producción de un vacío, central a la Cosa, para que allí pueda ir lo que la sustituye por Otra cosa.

Nos referimos a la primera época para no olvidar el esplendor de lo que allí lo ocupa y que llama el problema de la sublimación, central en el arte. Es ahí donde la va a perseguir, siguiendo la pista de Freud, vinculada a uno de los destinos de la pulsión y enfrentándose, el sujeto, al vacío de la Cosa. Ahí se aplica la condición que sostiene que “en toda forma de sublimación el vacío es determinante” y evocamos la fórmula fundamental de lo que alcanza esa sublimación, fórmula de la que nunca se desdice: “elevación del objeto a la dignidad de la Cosa”. Es decir, producción de una pluralidad de objetos imaginarios que pueden representarla bajo un sustituto que, no sólo renueva el objeto y lo arranca del estado natural, sino que vela la Cosa a la vez que la evoca.

La creación de objetos procede también de ahí. Los semblantes, el síntoma, las identificaciones, el amor, son modos de hacer con lo real.

Lo que nos lleva a deducir que, de la manipulación que hace el sujeto del significante devienen los modos de domesticar que tiene lo simbólico y lo imaginario a lo acéfalo de la pulsión que, por definición, y en el fondo, escapa y no es posible saturar íntegramente por ninguna de las tres consistencias: R., S., I.

El hombre, dirá Lacan, en su relación con el significante, es creacionista. El alfarero, con sus manos más que con su alma, modula la materia y crea la forma a partir de un agujero. El vaso crea el vacío e introduce en el mundo un objeto significante que pasa del vacío contorneado a lo posible de llenar. El mundo de todo el mundo, poblado de objetos creados por la manipulación del significante, muestra así su presencia de parlêtre.

¿Qué es una producción artística? En primer lugar, supone un sujeto creador de la obra; en segundo lugar, es una solución sólo posible mediante el proceso de la sublimación. Añadimos: no está hecha al modo en que lo encontramos en el síntoma freudiano, ligado a un goce sexual. En tercer lugar, es una pieza suelta que produce el gesto del artista, acto impar, y que hace del objeto un valor de goce y de uso. Valor que, si bien no sirve para nada, sirve a tomar su valor de goce al convertir la pieza suelta en objeto estético. Nada garantiza el uso que pueda hacerse de esa pieza suelta.

Como pieza suelta lleva los vestigios singulares del goce opaco del sujeto, goce con el que está hecho. “No hacen falta instrumentos especiales para reconocer que la hoja tiene los rasgos de estructura de la planta de la que ha sido cortada”.1Lacan, J., “La dirección de la cuera y los principios de su poder”, Escritos 2, Siglo XXI, México, 1975, p. 601. Citado por Miller, J.-A., Piezas sueltas, Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 20.

Define el arte como “cierta organización alrededor de un vacío”, y bajo esa organización crea un objeto al que “eleva a la dignidad de la Cosa” sin ser para nada la Cosa, ya que el das Ding, zona de vorágine, se sitúa fuera de lo simbólico, es irreductible a las imágenes y excéntrica al significante. Si bien la Cosa, en su cara real, es un lleno que esquiva toda representación, en su otra cara, y en la perspectiva del significante, la Cosa es un vacío, noción fecunda propuesta por Lacan en La ética, ya que es a ese vacío central a la Cosa donde irán la multiplicidad de los objetos imaginarios creados. Es una estructura compleja en la que intervienen elementos simbólicos e imaginarios para sustituir la Cosa por otra cosa que ya no es la Cosa, pero “está detrás del sujeto” y es lo que lo mueve. Magnífica indicación del empuje de lo real enchufado al cuerpo en esos bordes cautivos en lo simbólico e imaginario.

Los objetos que Lacan inscribe aquí son los objetos de la sublimación. Encarnaciones múltiples de la Cosa: la obra de arte, el amor cortés, son ejemplos puros de una sublimación del arte.

La sublimación, inseparable de los destinos de la pulsión, está presente como satisfacción, tanto al hablar, donde incluye el goce de la palabra y el sentido, como en el sinthome, aunque allí está en juego un goce opaco que excluye el sentido y no pasa por el Padre y, en algunas obras, no pasa ni por la experiencia del espejo.

La obra de arte está hecha con el goce opaco del sinthome, goce real del síntoma que no responde a lo propio de las formaciones del inconsciente y está hecho sin significado y sin pasar por la castración. No es interpretable. Basta con ser el misterio y la solución que un sujeto encuentra a su padre-versión.

Solución que no es toda, pues no excluye la posición del sujeto en la estructura y sus síntomas, cuya regulación del goce sí está abierta a la transferencia y al sujeto supuesto saber que puede desplegarse en la experiencia de un análisis.

La pieza suelta, como acto impar, no excluye el síntoma en tanto lo entendemos como medio de goce ligado al Otro y, por tanto, investidura libidinal de la articulación significante en el cuerpo como un modo de gozar del inconsciente y de su saber construido sobre la equivocidad que es inmanente al significante.

Lo impar de cada obra lleva la marca, o cicatrices, de la singularidad con la que el lenguaje organiza su lalengua, intransferible y opaca.

 

  1. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, Siglo XXI, México, 1975, p. 601. Citado por Miller, J.-A., Piezas sueltas, Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 20.

Efectivamente, todo el mundo está en su mundo y cada uno en el suyo. Y eso quiere decir que cada uno se las arregla con los recursos de los que dispone como sujeto, como parlêtre, para afrontar los embates que el encuentro con lo real siempre provoca, poniendo a prueba la estructura.

El mundo en el que se vive está organizado por los discursos que bañan el lazo social, que une a los que lo habitan, discursos que siempre son cambiantes, contingentes, diversos. Afectan al uno por uno debido al efecto de las intervenciones del significante sobre lo real de los cuerpos, cada uno afectado en su síntoma procedente, tal como lo concibe Lacan, de los anudamientos singulares de las consistencias de lo simbólico, lo imaginario, lo real.

Las invenciones, ligadas a la función creacionista, son lo más propio de todo ser hablante por disponer del cristal de la lengua, de su estructura, del significante y la función de éste: agujerear lo real y producir lo que Lacan, en el seminario de La ética, enseña: producción de un vacío, central a la Cosa, para que allí pueda ir lo que la sustituye por Otra cosa.

Nos referimos a la primera época para no olvidar el esplendor de lo que allí lo ocupa y que llama el problema de la sublimación, central en el arte. Es ahí donde la va a perseguir, siguiendo la pista de Freud, vinculada a uno de los destinos de la pulsión y enfrentándose, el sujeto, al vacío de la Cosa. Ahí se aplica la condición que sostiene que “en toda forma de sublimación el vacío es determinante” y evocamos la fórmula fundamental de lo que alcanza esa sublimación, fórmula de la que nunca se desdice: “elevación del objeto a la dignidad de la Cosa”. Es decir, producción de una pluralidad de objetos imaginarios que pueden representarla bajo un sustituto que, no sólo renueva el objeto y lo arranca del estado natural, sino que vela la Cosa a la vez que la evoca.

La creación de objetos procede también de ahí. Los semblantes, el síntoma, las identificaciones, el amor, son modos de hacer con lo real.

Lo que nos lleva a deducir que, de la manipulación que hace el sujeto del significante devienen los modos de domesticar que tiene lo simbólico y lo imaginario a lo acéfalo de la pulsión que, por definición, y en el fondo, escapa y no es posible saturar íntegramente por ninguna de las tres consistencias: R., S., I.

El hombre, dirá Lacan, en su relación con el significante, es creacionista. El alfarero, con sus manos más que con su alma, modula la materia y crea la forma a partir de un agujero. El vaso crea el vacío e introduce en el mundo un objeto significante que pasa del vacío contorneado a lo posible de llenar. El mundo de todo el mundo, poblado de objetos creados por la manipulación del significante, muestra así su presencia de parlêtre.

¿Qué es una producción artística? En primer lugar, supone un sujeto creador de la obra; en segundo lugar, es una solución sólo posible mediante el proceso de la sublimación. Añadimos: no está hecha al modo en que lo encontramos en el síntoma freudiano, ligado a un goce sexual. En tercer lugar, es una pieza suelta que produce el gesto del artista, acto impar, y que hace del objeto un valor de goce y de uso. Valor que, si bien no sirve para nada, sirve a tomar su valor de goce al convertir la pieza suelta en objeto estético. Nada garantiza el uso que pueda hacerse de esa pieza suelta.

Como pieza suelta lleva los vestigios singulares del goce opaco del sujeto, goce con el que está hecho. “No hacen falta instrumentos especiales para reconocer que la hoja tiene los rasgos de estructura de la planta de la que ha sido cortada”.2Lacan, J., “La dirección de la cuera y los principios de su poder”, Escritos 2, Siglo XXI, México, 1975, p. 601. Citado por Miller, J.-A., Piezas sueltas, Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 20.

Define el arte como “cierta organización alrededor de un vacío”, y bajo esa organización crea un objeto al que “eleva a la dignidad de la Cosa” sin ser para nada la Cosa, ya que el das Ding, zona de vorágine, se sitúa fuera de lo simbólico, es irreductible a las imágenes y excéntrica al significante. Si bien la Cosa, en su cara real, es un lleno que esquiva toda representación, en su otra cara, y en la perspectiva del significante, la Cosa es un vacío, noción fecunda propuesta por Lacan en La ética, ya que es a ese vacío central a la Cosa donde irán la multiplicidad de los objetos imaginarios creados. Es una estructura compleja en la que intervienen elementos simbólicos e imaginarios para sustituir la Cosa por otra cosa que ya no es la Cosa, pero “está detrás del sujeto” y es lo que lo mueve. Magnífica indicación del empuje de lo real enchufado al cuerpo en esos bordes cautivos en lo simbólico e imaginario.

Los objetos que Lacan inscribe aquí son los objetos de la sublimación. Encarnaciones múltiples de la Cosa: la obra de arte, el amor cortés, son ejemplos puros de una sublimación del arte.

La sublimación, inseparable de los destinos de la pulsión, está presente como satisfacción, tanto al hablar, donde incluye el goce de la palabra y el sentido, como en el sinthome, aunque allí está en juego un goce opaco que excluye el sentido y no pasa por el Padre y, en algunas obras, no pasa ni por la experiencia del espejo.

La obra de arte está hecha con el goce opaco del sinthome, goce real del síntoma que no responde a lo propio de las formaciones del inconsciente y está hecho sin significado y sin pasar por la castración. No es interpretable. Basta con ser el misterio y la solución que un sujeto encuentra a su padre-versión.

Solución que no es toda, pues no excluye la posición del sujeto en la estructura y sus síntomas, cuya regulación del goce sí está abierta a la transferencia y al sujeto supuesto saber que puede desplegarse en la experiencia de un análisis.

La pieza suelta, como acto impar, no excluye el síntoma en tanto lo entendemos como medio de goce ligado al Otro y, por tanto, investidura libidinal de la articulación significante en el cuerpo como un modo de gozar del inconsciente y de su saber construido sobre la equivocidad que es inmanente al significante.

Lo impar de cada obra lleva la marca, o cicatrices, de la singularidad con la que el lenguaje organiza su lalengua, intransferible y opaca.

 

  1. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, Siglo XXI, México, 1975, p. 601. Citado por Miller, J.-A., Piezas sueltas, Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 20.