EJES DE TRABAJO

Ficción, discursos y delirios

Rosa María López

En la “Carta 69” Freud le confiesa a Fliess que ya no cree en “su neurótica”, pues no consigue “distinguir la verdad de la ficción investida con afecto”.1 Freud, S., “Carta 69” (21 de septiembre de 1897), en Obras Completas, Vol. I, Amorrortu, Buenos Aires, 1998, p. 301/302. Distinción imposible, ya que toda verdad tiene estructura de ficción y en toda ficción encontramos una verdad.

Al formular la realidad psíquica, Freud dio el paso necesario para fundar el psicoanálisis.

El punto de partida del psicoanálisis no es el “ser en el mundo” heideggeriano sino el soñante, ya sea mientras duerme, ya sea con sus ensoñaciones diurnas. Con estos mimbres cada uno construye su mundo, su pequeño mundo del cual se cree el centro o el excluido del mundo de los otros.

Freud reconoce que si la realidad-ficcional sustituye a la realidad-real (démosle a este “real” su peso lacaniano) es porque esta última es insoportable y el aparato psíquico no puede dejar de evitarla. Siguiendo esta lógica aconseja no desdeñar en el análisis ni las fantasías, ni la culpabilidad aparentemente inmotivada, pues es allí donde encontraremos las claves del goce que habita en el síntoma.

Hay trauma porque desde el inicio de la vida se experimenta un goce que, sin ningún sentido, agita el cuerpo. Esta insoportable falta de sentido provoca la ficción de una escena traumática que, por dolorosa que sea, funciona como tratamiento de lo real y como modo de construirse un mundo. Pero la ficción defensiva suele transformarse en aquello que nos hace penar de más y que requerirá un tratamiento analítico para reducir su carga de sentido.

El problema al que se enfrenta el psicoanálisis es que: “Todos los términos del discurso analítico (el fantasma, el sueño, el delirio, la locura, el síntoma) colapsan en un encierro de cada uno en su mundo y en la imposibilidad de un mundo común”.2 Miller, J.-A., Todo el mundo es loco, Paidós, Buenos Aires, 2015, p. 342.

Freud situó en el centro de su investigación la cuestión de cómo el sujeto, inmerso en su mundo y en su goce autoerótico, puede abandonar parcialmente esta posición para dirigir su libido al mundo exterior.

Los psicoanalistas de la Ego-Psychology se arrogaron la función de ser los representantes de la realidad, abusando del poder de sugestión que otorga el amor de transferencia. Lacan criticó duramente el sesgo evolutivo con el que se leyó a Freud, obviando el mensaje que éste se esforzó en transmitir: hay un empuje constante a gozar que proviene de “las imperiosas exigencias de las necesidades internas”,3 Freud, S., “Los dos principios del funcionamiento mental”, Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981, p. 1638 que no son susceptibles de maduración ni se dejan adaptar a la supuesta realidad exterior. Freud descubre que el principio de realidad no surge como respuesta a las exigencias exteriores que nos impone la sociedad sino que obedece al empuje de las pulsiones que no se conforman con la satisfacción por vía alucinatoria del principio del placer y exigen algo más, aunque para ello tenga que salir a buscarlo en el mundo exterior.

Olvidar estos aspectos de la enseñanza de Freud ha tenido consecuencias deletéreas para cierto psicoanálisis que se ha ido transformando en una rama de la psicología general.

Por su parte, Lacan se hace cargo de la pregunta antedicha y responde con la teoría de los discursos. Cuatro maneras de organizar un tipo de mundo que se propone como el verdadero y que establece una modalidad de lazo social en torno a lo imposible. El discurso analítico es la excepción en primer lugar porque no ejerce la dominación propia de todo discurso, además sabe que la verdad es un semblante que no cesa de variar y tampoco sostiene ningún universal.

Sin embargo, Lacan llega a hacer una afirmación universal: “Todo el mundo es loco, es decir, es delirante”4 Lacan, J., “¡Lacan por Vincennes!” en Revista Lacaniana de psicoanálisis N° 11, Grama, Buenos Aires, 2011, p. 7. y es precisamente este aspecto el que, como analistas, tratamos de captar en la singularidad de cada analizante. Pero, ¡atención! Jacques-Alain Miller nos advirtió del riesgo de aplanar la clínica diferencial con las singularidades. Más que nunca se hace necesario mantener una discriminación entre la locura universal del delirio y las psicosis. Ya en el Seminario 3, Lacan sacude la idea que asocia necesariamente el delirio a la psicosis, cuando califica la ideología de la libertad como delirio. No se trata de que todos tenemos un poco de locos, sino de que el delirio es constitutivo de la estructura de la subjetividad. Esto se consolida a partir del momento en que la “carretera principal” es una posibilidad entre otras de sostener una estructura. O sea, que el padre es una ficción más. Del mismo modo, Lacan consideraba que el psicótico está fuera del discurso, aunque no del lenguaje. En el origen de todo discurso está el goce, pero también la dimensión del Otro y el lugar de la verdad. Que el psicótico hable no significa que tenga un inconsciente, porque lo que se describió como un inconsciente “a cielo abierto” equivale a una certeza de goce.

El analista tendrá que orientar su posición según se trate del delirio neurótico o psicótico. En un caso usará los semblantes necesarios para tocar las defensas, en el otro se abstendrá de ambas cosas y más bien mantendrá la posición que mejor convenga para sostener la invención delirante con la que el psicótico puede llegar a hacerse un mundo. En todo caso “Ante el loco, ante el delirante, no olvides que eres, o que fuiste, analizante, y que también tú hablabas de lo que no existe”.5 Miller, J.-A., “Ironía”, Consecuencias nº 7, noviembre 2011.

 

  1. Freud, S., “Carta 69” (21 de septiembre de 1897), en Obras Completas, Vol. I, Amorrortu, Buenos Aires, 1998, p. 301/302.
  2. Miller, J.-A., Todo el mundo es loco, Paidós, Buenos Aires, 2015, p. 342.
  3. Freud, S., “Los dos principios del funcionamiento mental”, Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981, p. 1638.
  4. Lacan, J., “¡Lacan por Vincennes!” en Revista Lacaniana de psicoanálisis N° 11, Grama, Buenos Aires, 2011, p. 7.
  5. Miller, J.-A., “Ironía”, Consecuencias nº 7, noviembre 2011.

 

En la “Carta 69” Freud le confiesa a Fliess que ya no cree en “su neurótica”, pues no consigue “distinguir la verdad de la ficción investida con afecto”.6 Freud, S., “Carta 69” (21 de septiembre de 1897), en Obras Completas, Vol. I, Amorrortu, Buenos Aires, 1998, p. 301/302. Distinción imposible, ya que toda verdad tiene estructura de ficción y en toda ficción encontramos una verdad.

Al formular la realidad psíquica, Freud dio el paso necesario para fundar el psicoanálisis.

El punto de partida del psicoanálisis no es el “ser en el mundo” heideggeriano sino el soñante, ya sea mientras duerme, ya sea con sus ensoñaciones diurnas. Con estos mimbres cada uno construye su mundo, su pequeño mundo del cual se cree el centro o el excluido del mundo de los otros.

Freud reconoce que si la realidad-ficcional sustituye a la realidad-real (démosle a este “real” su peso lacaniano) es porque esta última es insoportable y el aparato psíquico no puede dejar de evitarla. Siguiendo esta lógica aconseja no desdeñar en el análisis ni las fantasías, ni la culpabilidad aparentemente inmotivada, pues es allí donde encontraremos las claves del goce que habita en el síntoma.

Hay trauma porque desde el inicio de la vida se experimenta un goce que, sin ningún sentido, agita el cuerpo. Esta insoportable falta de sentido provoca la ficción de una escena traumática que, por dolorosa que sea, funciona como tratamiento de lo real y como modo de construirse un mundo. Pero la ficción defensiva suele transformarse en aquello que nos hace penar de más y que requerirá un tratamiento analítico para reducir su carga de sentido.

El problema al que se enfrenta el psicoanálisis es que: “Todos los términos del discurso analítico (el fantasma, el sueño, el delirio, la locura, el síntoma) colapsan en un encierro de cada uno en su mundo y en la imposibilidad de un mundo común”.7 Miller, J.-A., Todo el mundo es loco, Paidós, Buenos Aires, 2015, p. 342.

Freud situó en el centro de su investigación la cuestión de cómo el sujeto, inmerso en su mundo y en su goce autoerótico, puede abandonar parcialmente esta posición para dirigir su libido al mundo exterior.

Los psicoanalistas de la Ego-Psychology se arrogaron la función de ser los representantes de la realidad, abusando del poder de sugestión que otorga el amor de transferencia. Lacan criticó duramente el sesgo evolutivo con el que se leyó a Freud, obviando el mensaje que éste se esforzó en transmitir: hay un empuje constante a gozar que proviene de “las imperiosas exigencias de las necesidades internas”,8 Freud, S., “Los dos principios del funcionamiento mental”, Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981, p. 1638 que no son susceptibles de maduración ni se dejan adaptar a la supuesta realidad exterior. Freud descubre que el principio de realidad no surge como respuesta a las exigencias exteriores que nos impone la sociedad sino que obedece al empuje de las pulsiones que no se conforman con la satisfacción por vía alucinatoria del principio del placer y exigen algo más, aunque para ello tenga que salir a buscarlo en el mundo exterior.

Olvidar estos aspectos de la enseñanza de Freud ha tenido consecuencias deletéreas para cierto psicoanálisis que se ha ido transformando en una rama de la psicología general.

Por su parte, Lacan se hace cargo de la pregunta antedicha y responde con la teoría de los discursos. Cuatro maneras de organizar un tipo de mundo que se propone como el verdadero y que establece una modalidad de lazo social en torno a lo imposible. El discurso analítico es la excepción en primer lugar porque no ejerce la dominación propia de todo discurso, además sabe que la verdad es un semblante que no cesa de variar y tampoco sostiene ningún universal.

Sin embargo, Lacan llega a hacer una afirmación universal: “Todo el mundo es loco, es decir, es delirante”9 Lacan, J., “¡Lacan por Vincennes!” en Revista Lacaniana de psicoanálisis N° 11, Grama, Buenos Aires, 2011, p. 7. y es precisamente este aspecto el que, como analistas, tratamos de captar en la singularidad de cada analizante. Pero, ¡atención! Jacques-Alain Miller nos advirtió del riesgo de aplanar la clínica diferencial con las singularidades. Más que nunca se hace necesario mantener una discriminación entre la locura universal del delirio y las psicosis. Ya en el Seminario 3, Lacan sacude la idea que asocia necesariamente el delirio a la psicosis, cuando califica la ideología de la libertad como delirio. No se trata de que todos tenemos un poco de locos, sino de que el delirio es constitutivo de la estructura de la subjetividad. Esto se consolida a partir del momento en que la “carretera principal” es una posibilidad entre otras de sostener una estructura. O sea, que el padre es una ficción más. Del mismo modo, Lacan consideraba que el psicótico está fuera del discurso, aunque no del lenguaje. En el origen de todo discurso está el goce, pero también la dimensión del Otro y el lugar de la verdad. Que el psicótico hable no significa que tenga un inconsciente, porque lo que se describió como un inconsciente “a cielo abierto” equivale a una certeza de goce.

El analista tendrá que orientar su posición según se trate del delirio neurótico o psicótico. En un caso usará los semblantes necesarios para tocar las defensas, en el otro se abstendrá de ambas cosas y más bien mantendrá la posición que mejor convenga para sostener la invención delirante con la que el psicótico puede llegar a hacerse un mundo. En todo caso “Ante el loco, ante el delirante, no olvides que eres, o que fuiste, analizante, y que también tú hablabas de lo que no existe”.10 Miller, J.-A., “Ironía”, Consecuencias nº 7, noviembre 2011.

 

  1. Freud, S., “Carta 69” (21 de septiembre de 1897), en Obras Completas, Vol. I, Amorrortu, Buenos Aires, 1998, p. 301/302.
  2. Miller, J.-A., Todo el mundo es loco, Paidós, Buenos Aires, 2015, p. 342.
  3. Freud, S., “Los dos principios del funcionamiento mental”, Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981, p. 1638.
  4. Lacan, J., “¡Lacan por Vincennes!” en Revista Lacaniana de psicoanálisis N° 11, Grama, Buenos Aires, 2011, p. 7.
  5. Miller, J.-A., “Ironía”, Consecuencias nº 7, noviembre 2011.