TEXTOS DE ORIENTACIÓN

De un mundo al Otro

Marta Serra

La relación de los humanos con el lenguaje tiene paradojas irresolubles que insisten pese a que se busque mitigarlas o incluso erradicarlas, y tiene consecuencias en el encuentro, o el choque, de los mundos que encarnan las distintas generaciones.

Nadie construye su mundo solo

En tanto ser humano, nadie es causa de sí mismo; la soledad de cada cual no por singular e inimitable deja de estar profundamente articulada a los encuentros y desencuentros que se tuvo con otros. El mundo de todo ser humano tiene marcas rastreables de que no se hizo solo, marcas que brotarán en la asociación libre cuando se ponga a hablar de lo que le hace sufrir en la vida.

Lo que atraviesa la enseñanza de Lacan sin modificación alguna es la concepción del sujeto como puro efecto del significante; y este, el significante, proviene del lenguaje, de ese Otro incorpóreo que parasita los cuerpos de todos aquellos que habitan el terreno en que el infans será dado a luz. Entonces, dado que “...ningún sujeto tiene razón para aparecer en lo real, salvo que existan allí seres hablantes.”1Lacan, J., “Posición del inconsciente”, Escritos 2, Siglo XXI Editores, Madrid, 1975, p. 819., o sea, dado que el ser humano solo se humaniza con otros, es fácil deducir por qué Lacan se puso a jugar homofónicamente con la expresión “el ser humano” –l`être humain – evidenciando que en lo más profundo es fruto de un plural, Les trumains2Lacan, J., El seminario, Libro 25, El momento de concluir, Lección del 17 de enero de 1978. Inédito..

La responsabilidad de cada cual

Hay significantes en el mundo, significantes que no significan nada por sí mismos tomados uno por uno; y cada cual se encuentra con ellos, aquí y allí, de manera contingente. Ese modo de adjetivar el encuentro que usa Lacan –contingente– tomado de forma banal podría referir tan sólo el carácter fortuito, involuntario, pero a lo que él apunta tiene un alcance mucho mayor: encuentros en los que algo de lo real deja de no escribirse, pasando entonces a ser una escritura en el cuerpo que, una vez acontecida, deja su huella. Así cada ser humano resulta no ser sino la encarnación de un número restringido de significantes primordiales.

Esos significantes vienen del Otro, pero el trenzado lo realiza cada parlêtre, con el beneficio de procurarse sentido y goce, cosas con las que se las arregla para hacer sus elecciones de vida -conscientes e inconscientes- y así, sin darse casi cuenta, va construyéndose un destino, ¡el suyo! Entonces, si cada uno es artífice del trenzado, debemos concluir que las quejas y los reproches al Otro por los significantes que puso en el camino pierden cualquier valor de coartada: sin excepciones, uno es siempre responsable de su posición de sujeto3Lacan, J., “La ciencia y la verdad”, Escritos 2, op. cit., p. 837..

Los progenitores son traumáticos, inocentemente 4Lacan, J., El seminario, Libro 19, ... O peor, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 149.

Es imposible explicar quién es uno mismo sin hacer referencia a otros, a otros muy concretos, cosa que en la experiencia analítica se hace especialmente evidente: en cuanto alguien orientado por su malestar en la cultura toma la palabra con la consigna de decir todo lo que se le ocurra, siempre acaba polarizando su discurso sobre dos cuestiones, su familia particular y algunos flashes de sus vivencias infantiles.

A partir de esta premisa es claro que todo padre es inevitablemente traumático por el simple hecho de introducir a su retoño a un mundo de lenguaje, de su lalengua, impidiéndole una supuesta vida “natural” porque, si bien los significantes son imprescindibles para la humanización del infans –incluso casi para su simple supervivencia como ser vivo–, serán también la causa del defecto de salud mental que afecta a todo hablante, cosa que ya Freud sostenía al afirmar que “cada persona normal lo es sólo en promedio...”5Freud, S., “Análisis finito e infinito”, Obras Completas, Volumen XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1980, 1991, p. 237..

Libertad y ciencia

En términos generales, desear ser padre o madre implica querer algo incomparable con nada para sí mismo, lo que no excluye que se quiera también transmitir, inconscientemente, ciertas marcas que uno mismo recibió de sus mayores, eliminar otras e introducir algunas nuevas; todo ello asumiendo cierta parte de responsabilidad –orgullosa o decepcionada– en los resultados: transmisión e innovación.

Hay una cierta legitimidad en eso, quizás ligada también a la necesidad de salir de lo que podríamos llamar una “endogamia familiar”, un automatón de la reproducción del modelo familiar. En este sentido, la llegada de un niño puede empujar a los nuevos padres al recurso de la protección de aquellos que ya han atravesado antes la experiencia y, al mismo tiempo, reactivar algo parecido a la posición adolescente: buscar un camino propio.

Hoy es este segundo punto el que parece acentuarse con la aparición de una aspiración ideal que se expande a gran velocidad en lo social: ejercer una paternidad y una maternidad que esquive todo aquello que pudiera –ni por asomo– tener algún tipo de efecto traumático sobre la descendencia, ¿cómo? No imponiendo el propio mundo al niño, dejando que éste sea “libre” en sus elecciones, que las haga sin influencias externas.

En lugar de poner los interrogantes del lado de una experiencia compartida –lo que sería poner en juego el Nombre del Padre– se busca desplazar todo hacia una verdad que la ciencia habría demostrado. Se trata pues de la prueba científica como respaldo, en lugar de la incertidumbre del Nombre del Padre. La paradoja es que esa alienación a lo que sería una verdad estadística es lo que permitiría al niño adquirir más tarde la libertad máxima.

Eso no solo se focaliza sobre las cuestiones de identidad sexual y las elecciones de goce asociadas sino que se extiende a casi toda elección de vida, con la consigna infranqueable de “no influir” y, dado que se acepta que la fatalidad de ser traumático para los hijos es debida al lenguaje, se sueña hoy con manipularlo, limitarlo y retorcerlo para procurarse un lugar supuestamente neutral, hacerse portador de un deseo “puro”, o sea, no afectado por la propia subjetividad.

Dos cosas quedan descuidadas en ese sueño: por un lado, se niega que el deseo mismo es ya un efecto de habitar el lenguaje y que, por tanto, es imposible sostener uno que sea puro; por otro lado, se olvida que más allá de los dichos lo que está en juego es el decir, ese decir que es previo a todo dicho.

Nuevamente surge una paradoja: al tiempo que aumenta la renuncia –tímida, descuidada o militante– de muchos adultos a inscribir a sus hijos en un discurso, se perfila, en contrapartida, la proliferación de nuevas modalidades de influencia.

Y seguimos...

 

  1. Lacan, J., “Posición del inconsciente”, Escritos 2, Siglo XXI Editores, Madrid, 1975, p. 819.
  2. Lacan, J., El seminario, Libro 25, El momento de concluir, Lección del 17 de enero de 1978. Inédito.
  3. Lacan, J., “La ciencia y la verdad”, Escritos 2, op. cit., p. 837.
  4. Lacan, J., El seminario, Libro 19, ... O peor, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 149.
  5. Freud, S., “Análisis finito e infinito”, Obras Completas, Volumen XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1980, 1991, p.237.

La relación de los humanos con el lenguaje tiene paradojas irresolubles que insisten pese a que se busque mitigarlas o incluso erradicarlas, y tiene consecuencias en el encuentro, o el choque, de los mundos que encarnan las distintas generaciones.

Nadie construye su mundo solo

En tanto ser humano, nadie es causa de sí mismo; la soledad de cada cual no por singular e inimitable deja de estar profundamente articulada a los encuentros y desencuentros que se tuvo con otros. El mundo de todo ser humano tiene marcas rastreables de que no se hizo solo, marcas que brotarán en la asociación libre cuando se ponga a hablar de lo que le hace sufrir en la vida.

Lo que atraviesa la enseñanza de Lacan sin modificación alguna es la concepción del sujeto como puro efecto del significante; y este, el significante, proviene del lenguaje, de ese Otro incorpóreo que parasita los cuerpos de todos aquellos que habitan el terreno en que el infans será dado a luz. Entonces, dado que “...ningún sujeto tiene razón para aparecer en lo real, salvo que existan allí seres hablantes.”6Lacan, J., “Posición del inconsciente”, Escritos 2, Siglo XXI Editores, Madrid, 1975, p. 819., o sea, dado que el ser humano solo se humaniza con otros, es fácil deducir por qué Lacan se puso a jugar homofónicamente con la expresión “el ser humano” –l`être humain – evidenciando que en lo más profundo es fruto de un plural, Les trumains7Lacan, J., El seminario, Libro 25, El momento de concluir, Lección del 17 de enero de 1978. Inédito..

La responsabilidad de cada cual

Hay significantes en el mundo, significantes que no significan nada por sí mismos tomados uno por uno; y cada cual se encuentra con ellos, aquí y allí, de manera contingente. Ese modo de adjetivar el encuentro que usa Lacan –contingente– tomado de forma banal podría referir tan sólo el carácter fortuito, involuntario, pero a lo que él apunta tiene un alcance mucho mayor: encuentros en los que algo de lo real deja de no escribirse, pasando entonces a ser una escritura en el cuerpo que, una vez acontecida, deja su huella. Así cada ser humano resulta no ser sino la encarnación de un número restringido de significantes primordiales.

Esos significantes vienen del Otro, pero el trenzado lo realiza cada parlêtre, con el beneficio de procurarse sentido y goce, cosas con las que se las arregla para hacer sus elecciones de vida -conscientes e inconscientes- y así, sin darse casi cuenta, va construyéndose un destino, ¡el suyo! Entonces, si cada uno es artífice del trenzado, debemos concluir que las quejas y los reproches al Otro por los significantes que puso en el camino pierden cualquier valor de coartada: sin excepciones, uno es siempre responsable de su posición de sujeto8Lacan, J., “La ciencia y la verdad”, Escritos 2, op. cit., p. 837..

Los progenitores son traumáticos, inocentemente 9Lacan, J., El seminario, Libro 19, ... O peor, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 149.

Es imposible explicar quién es uno mismo sin hacer referencia a otros, a otros muy concretos, cosa que en la experiencia analítica se hace especialmente evidente: en cuanto alguien orientado por su malestar en la cultura toma la palabra con la consigna de decir todo lo que se le ocurra, siempre acaba polarizando su discurso sobre dos cuestiones, su familia particular y algunos flashes de sus vivencias infantiles.

A partir de esta premisa es claro que todo padre es inevitablemente traumático por el simple hecho de introducir a su retoño a un mundo de lenguaje, de su lalengua, impidiéndole una supuesta vida “natural” porque, si bien los significantes son imprescindibles para la humanización del infans –incluso casi para su simple supervivencia como ser vivo–, serán también la causa del defecto de salud mental que afecta a todo hablante, cosa que ya Freud sostenía al afirmar que “cada persona normal lo es sólo en promedio...”10Freud, S., “Análisis finito e infinito”, Obras Completas, Volumen XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1980, 1991, p. 237..

Libertad y ciencia

En términos generales, desear ser padre o madre implica querer algo incomparable con nada para sí mismo, lo que no excluye que se quiera también transmitir, inconscientemente, ciertas marcas que uno mismo recibió de sus mayores, eliminar otras e introducir algunas nuevas; todo ello asumiendo cierta parte de responsabilidad –orgullosa o decepcionada– en los resultados: transmisión e innovación.

Hay una cierta legitimidad en eso, quizás ligada también a la necesidad de salir de lo que podríamos llamar una “endogamia familiar”, un automatón de la reproducción del modelo familiar. En este sentido, la llegada de un niño puede empujar a los nuevos padres al recurso de la protección de aquellos que ya han atravesado antes la experiencia y, al mismo tiempo, reactivar algo parecido a la posición adolescente: buscar un camino propio.

Hoy es este segundo punto el que parece acentuarse con la aparición de una aspiración ideal que se expande a gran velocidad en lo social: ejercer una paternidad y una maternidad que esquive todo aquello que pudiera –ni por asomo– tener algún tipo de efecto traumático sobre la descendencia, ¿cómo? No imponiendo el propio mundo al niño, dejando que éste sea “libre” en sus elecciones, que las haga sin influencias externas.

En lugar de poner los interrogantes del lado de una experiencia compartida –lo que sería poner en juego el Nombre del Padre– se busca desplazar todo hacia una verdad que la ciencia habría demostrado. Se trata pues de la prueba científica como respaldo, en lugar de la incertidumbre del Nombre del Padre. La paradoja es que esa alienación a lo que sería una verdad estadística es lo que permitiría al niño adquirir más tarde la libertad máxima.

Eso no solo se focaliza sobre las cuestiones de identidad sexual y las elecciones de goce asociadas sino que se extiende a casi toda elección de vida, con la consigna infranqueable de “no influir” y, dado que se acepta que la fatalidad de ser traumático para los hijos es debida al lenguaje, se sueña hoy con manipularlo, limitarlo y retorcerlo para procurarse un lugar supuestamente neutral, hacerse portador de un deseo “puro”, o sea, no afectado por la propia subjetividad.

Dos cosas quedan descuidadas en ese sueño: por un lado, se niega que el deseo mismo es ya un efecto de habitar el lenguaje y que, por tanto, es imposible sostener uno que sea puro; por otro lado, se olvida que más allá de los dichos lo que está en juego es el decir, ese decir que es previo a todo dicho.

Nuevamente surge una paradoja: al tiempo que aumenta la renuncia –tímida, descuidada o militante– de muchos adultos a inscribir a sus hijos en un discurso, se perfila, en contrapartida, la proliferación de nuevas modalidades de influencia.

Y seguimos...

 

  1. Lacan, J., “Posición del inconsciente”, Escritos 2, Siglo XXI Editores, Madrid, 1975, p. 819.
  2. Lacan, J., El seminario, Libro 25, El momento de concluir, Lección del 17 de enero de 1978. Inédito.
  3. Lacan, J., “La ciencia y la verdad”, Escritos 2, op. cit., p. 837.
  4. Lacan, J., El seminario, Libro 19, ... O peor, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 149.
  5. Freud, S., “Análisis finito e infinito”, Obras Completas, Volumen XXIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1980, 1991, p.237.