Nuestro hikikomori interior

¿Qué otra figura del imaginario social podría ilustrar mejor “el estar en su mundo”, que la figura del hikikomori, encerrado por años y rehusando el contacto hasta con sus más íntimos en lo más íntimo de la casa familiar?

Corría el año 1998, cuando el psiquiatra Tamaki Saito publicó «Saketeki hikikomori, una adolescencia sin fin», mediante el cual difundía al mismo tiempo que definía por primera vez el término hikikomori como «aquellos casos que se retiran completamente de la sociedad permaneciendo en sus casas durante un periodo mayor a 6 meses, con un inicio en la última mitad de los 20 años y para quienes esta condición no se explica mejor por otro trastorno psiquiátrico».

Hikikomori proviene del verbo «hiki» -retroceder-, y «komoru» que apunta a un entrar. Podríamos decir que es un «entrar retrocediendo». Pero «entrar» ¿dónde?, y «retroceder» ¿ante qué y para qué?

Aquí se dan cita un sinfín de profesionales tratando de atrapar un fenómeno que, mirado de cerca, se muestra harto escurridizo. En efecto, ya de entrada, hikikomori no es algo que se sea, sino más bien algo que se hace: en la mayoría de testimonios se emplea la expresión “hacer hikikomori”. Incluso es algo que sobreviene al sujeto, que lo asalta de modo violento dejándolo postrado en cama durante días: “Cuando mi Hikikomori es grave, no puedo moverme físicamente. Estoy dentro de mi futón todo el día. Incluso ir al baño es algo extremadamente complicado…».

Sus causas se pluralizan dependiendo de las orientaciones de los profesionales que lo abordan, y estallan definitivamente cuando se interroga a los sujetos concernidos y confinados por dicho fenómeno.

En referencia -entre otras cuestiones-, a lo femenino, las formas depresivas de resistencia a la identificación propuesta por el discurso del amo, y lo hikikomori, Eric Laurent1Laurent, E., «El sujeto de la ciencia y la distinción femenina», Revista Letras Lacanianas, 8, 2014. plantea que: “(…) según la lógica de Lacan de la sexuación, (…) lo múltiple, lo inventivo, la apertura del campo sintomático, (…) responde mucho más a la posición femenina que a la posición masculina, y por lo tanto, también escribe la declinación de lo viril y la promoción de la lógica del no-todo que implica multiplicidad y apertura”.

La declinación de lo viril, es uno de los puntos que, como un Guadiana, aparece y desaparece en los textos relativos al fenómeno hikikomori, como efecto de las exigencias ideales de la virilidad y su imposibilidad de cumplirlas, confinando a los hombres de forma mucho más acentuada que a las mujeres. (Según las estadísticas, -en discusión- una proporción de 80/20 a favor de aquellos…).

Para Marco Crepaldi (sociopsicológo y fundador de un grupo de ayuda para hikikomori en Italia) la matriz del problema es la enorme presión por la “realización personal”, cuyo resultado es que los hombres se quedan solos. Una soledad que revela una «acentuada debilidad», a la que hay que añadir la fuerte presión sobre la imagen del cuerpo. A la clásica del lado femenino, hay que sumarle ahora la presión sobre el cuerpo masculino, junto con las presiones sexuales que, para Crepaldi son “las más decisivas”; constatando que el fracaso en las relaciones sentimentales y sexuales con la pareja representan un momento de «altísima vergüenza», pues en el rol masculino las habilidades sexuales están fuertemente ligadas al estatus social. Lo que va en la línea de lo que, ya en 1978, James Harrison publicó en “Journal of Social Issues”, sobre la creciente brecha en la esperanza de vida entre hombres y mujeres norteamericanos, identificando la «angustia» (ver más adelante) de tener que incorporarse al rol masculino como la principal causa de su menor longevidad, y cuyo resultado es «un acentuado sentimiento de fracaso y de conductas autodestructivas». En este punto, no olvidar la enorme y más que inquietante diferencia entre la tasa de suicidios de hombres respecto de las mujeres en EE.UU., y cuyos datos son extensivos -aunque un poco más reducidos-, al resto del mundo.

Otro punto que señala Laurent es el de ¿cómo entender que haya comunidades de goce si aparentemente el goce esquiva el lazo social? «He encontrado en Japón a un profesor de psicoanálisis de la universidad que había tenido como condiscípulo al actual presidente de la Asociación Japonesa de los Hikikomoris. Esta asociación milita por el derecho de los ‘retirados’. Este sujeto, que actualmente es presidente, se había encerrado durante unos diez años antes de salir y constituirse en portavoz de aquellos que habían perdido la palabra». Así que, mientras se crean cada día más y más comunidades de goce, (lo que Sakurai ha venido a llamar “comunidades de mí”, con fuerte protección de sí, y gran cautela hacia el mundo exterior), persiguiendo, añade Laurent2Laurent, E., «Un nuevo amor por el padre», La Lettre en Ligne, 31., «un goce último que pueda aliviarnos definitivamente de nuestra angustia», los testimonios de los implicados apuntan a un verdadero infierno en el retiro en lo más éxtimo del espacio familiar. Los más radicales llegan a “desaparecer” en el interior mismo de su familia: no establecen ningún tipo de contacto. Así que se convierten en un ruido a la vez que una sombra cuando salen de su habitación de noche para que nadie los vea. Y, cuando están en ella, son un silencio. (Ruido, sombra y silencio, seguramente nombres de lo pulsional…).

¿Qué piensa un hikikomori en privado? Lo que los «expertos» recogen como «preocupación existencial», apunta claramente a una dificultad en el deseo: “¿Tiene sentido mi vida?” Si sólo trabajas para conseguir dinero no le puedes encontrar sentido a tu trabajo. Dado que el entorno -los familiares- cubre todas tus necesidades básicas, resulta que la pregunta “¿para qué estamos aquí?”, se vuelve urgente… La vida se repite todos los días, y el sentido de la misma no surge en ningún momento. El lamento, la ira, el agotamiento y el vacío “llenan tu corazón”. La desesperación lo inunda todo. Uno se acerca al borde de la muerte cuando hace hikikomori.

 

  • 1
    Laurent, E., «El sujeto de la ciencia y la distinción femenina», Revista Letras Lacanianas, 8, 2014.
  • 2
    Laurent, E., «Un nuevo amor por el padre», La Lettre en Ligne, 31.