TEXTOS DE ORIENTACIÓN

Variaciones sobre su mundo

Oscar Ventura

Mundo y sentido

“Todo el mundo está en su mundo” es un sintagma que ilustra una pluralidad de fenómenos que inscriben una modalidad de lazo social construido por las representaciones que determinan la existencia de un sujeto en el mundo. Evoca la dimensión de una variedad de mundos y cada cual habitaría uno, el suyo, que en principio no sería el mundo de los otros. De esta manera, la existencia del mundo para cada uno dependería de la interpretación que se formule, a partir de un relato al que la contingencia hizo que fuese arrojado. La organización misma del lazo social es tributaria de una interpretación sobre el sentido del mundo.

Desde las religiones -sean estas laicas o no- tanto las que se inscriben en las tradiciones, que han logrado perpetuarse en el tiempo, como desde las formas contemporáneas del intercambio, se pretende darle al mundo una consistencia solidaria con las representaciones, sean cuales fueren, en las que el sujeto se pudiera alojar y así hacer emerger el sentido que al mundo, como tal, le falta.

La ciencia y su mundo

Por otro lado, la ciencia introduce en el mundo su verdad, de la cual se desprende un sentido sostenido en las certezas en que se funda su lógica. Del lado de la ciencia nos encontramos con un saber sobre el mundo, que se constituye a partir de un rechazo del saber sobre el sujeto que lo habita. Es la vertiente forclusiva de la ciencia que excluye lo que no entra en la combinatoria de una verdad formalizada.

Pero la verdad tiene otra vertiente, más allá de la formalización operada por la ciencia, que se hace escuchar por el hecho de hablar. La verdad no opera solamente sobre lo real de la física, opera también sobre el parlêtre. En definitiva, cualquier cosa que diga el ser hablante, habla del sufrimiento de ser sexuado, la verdad se sufre, es una expresión de Lacan: “ la verdad precisamente no se dice por un sujeto, pero se sufre”.1Lacan, J., El Seminario, Libro 16, De un otro al Otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 62. La ciencia, opera una sustracción sobre lo humano más radical, sustrae precisamente del mensaje la dimensión de la sustancia gozante puesta en juego.

El mundo del Otro

Si partimos de la frase “Todo el mundo está en su mundo”, conviene preguntarnos cuál sería ese “su mundo” en el que habitamos. Y este mundo, único para cada uno, no se homologa con el sistema de representaciones que preceden al sujeto que hace su irrupción en él. Aunque esa estructura de representaciones determine un lugar, un nombre, una tradición y una genealogía, aunque humanice al viviente en el sentido de ofrecerle una existencia, una brújula por la que orientarse, inclusive que garantice una teleología bajo el nombre propio escrito en una sepultura. Todo ello no alcanza para decir con propiedad que sería “su mundo”, porque todo eso pertenece al mundo del Otro en el que el sujeto se representa.

Si este mundo de las representaciones puede ofrecer un alojamiento al sujeto, no por ello deja de ser al mismo tiempo radicalmente extraño. Existe una disyunción entre la representación del mundo y la experiencia de la vida que en él se consuma.

La Otra escena

El concepto princeps de Otra escena2Freud, S., “La Interpretación de los sueños”, Obras completas, Vol. IV, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, p. 72., que Freud aísla de la obra de Fechner, en primera instancia muestra con precisión la existencia de una realidad que se aleja irremediablemente de cualquier mundo que pretenda ser representado. La otra escena freudiana, el lugar del inconsciente inaugura un mundo fuera del mundo del cual el sujeto se apropia, no solo como una marca simbólica tributaria de una nominación por la vía del significante, sino como escritura de una satisfacción, de una irrupción de goce, que inaugura un estilo propio de establecer una relación con el mundo material que, en principio, no solo le es ajeno sino radicalmente hostil.

Lacan evoca en diferentes momentos aquello que concierne a la Otra escena freudiana, lo que allí se aloja da cuenta de que la estructuración humana requiere de la presencia de principios simbólicos para poder mantener la tensión con la vida y con el mundo, fuera de estos principios todo vacila. Lo que se aloja en la Otra escena ofrece un marco y un sentido a lo que en última instancia no lo tiene: “El deseo, el aburrimiento, el enclaustramiento, la rebeldía, la oración, la vigilia (…) el pánico, en fin, están ahí para testimoniar de la dimensión de ese Otro sitio (…) en tanto que principios permanentes de las organizaciones colectivas, fuera de las cuales no parece que la vida humana pueda mantenerse mucho tiempo”.3Lacan, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, Ed. Siglo XXI, México, 1984, p. 529. Pero también da cuenta de que lo que Freud toca en esa otra escena -que no es ni más ni menos que el punto absolutamente crucial del impacto del sujeto con el traumatismo de la sexualidad- no se trata allí de ninguna rememoración de la infancia perdida, sino del “paraíso de los amores infantiles, donde ¡baudelérame Dios! pasa cada cosa…”.4 Ibid., p. 530. Es en esa coalescencia entre carne y logos, entre el lenguaje y la realidad sexual, que se consuma ese “su mundo” que no tiene ninguna relación con el mundo.

Para Freud ese Otro sitio tiene un estatuto universal pero, al mismo tiempo, está cancelado para cada sujeto, uno por uno, como un lugar interior.

En definitiva, el “su mundo”, tiene su soporte más determinante, no en los recursos simbólicos que nos ofrece el Otro, sino en ese Otro mundo, el de las pulsiones sexuales freudianas, estrictamente autoerótico y sin ninguna necesidad de la presencia de un objeto predeterminado para que la satisfacción se realice, para que la irrupción del goce haga temblar el cuerpo. Será retroactivamente, que esa fijación a un objeto encuentre su lugar en el fantasma del sujeto, lo que de alguna manera volverá a ese objeto necesario para la satisfacción.

Del Otro al cuerpo

Ahora bien, la clínica verifica que el estatuto del Otro, por más necesario que se presente, y por más recursos que ofrezca para revelar lo que conjeturalmente sucedió en esa Otra escena, no alcanza para producir con el “su mundo” de cada cual, alguna otra cosa que sustraiga al sujeto de su encapsulamiento, de la entropía que la inercia del goce produce. El goce no es fluido como el significante que se desliza, el goce no comunica. Ante esta verificación ¿cuál es entonces la posibilidad de establecer algún tipo de solución para hacer que el goce no quede todo anudado a la pulsión de muerte, configurando un destino inútil en el que la repetición se vuelve solidaria de la ruina del sujeto?

Lacan en su última enseñanza, llega a establecer un desplazamiento fundamental del estatuto del Otro. Sin anular su lugar ni su función en el intercambio con el mundo, el Otro pierde su consistencia, su operatividad clínica se reduce.

Lo único que brinda una consistencia es el cuerpo, un territorio, que por lo menos hasta el momento de su extinción, nos ofrece la referencia de que estamos vivos. Este desplazamiento que va del discurso del Otro al cuerpo como Otro, introduce una lógica que subvierte el concepto mismo de historia, produce un corte que detiene la metonimia del significante. El analista mismo deja de ser, hasta cierto punto, el operador de un desciframiento significante, para objetar, con su presencia, con su cuerpo mismo, en su acto, la pasión por el sentido que arrastra al sujeto en la deriva de pretender ofrecerle una causa a su distychia con el mundo.

Otro estatuto de la historia

Efectivamente, la historia misma bajo este desplazamiento cambia de estatuto. Uno podría imaginar que la historia es algo que se imprime, que sus huellas facilitan una ubicuidad, un sentido. Eso implicaría una escritura, tratar de alcanzar el lenguaje por la vía de la escritura con el recurso de una memoria que daría cuenta de la verdad de la historia. “El lenguaje, uno se esfuerza en alcanzarlo por la escritura. Y la escritura, eso sólo da algo en matemáticas, ahí donde se opera por la lógica formal, a saber, por extracción de un cierto número de cosas que uno define, principalmente como axiomas. Son letras que uno extrae así. Eso en modo alguno es una razón para que se crea que el psicoanálisis lleva a escribir sus memorias (…) Todo reposa ahí sobre una metáfora, a saber, que uno se imagina que la memoria es algo que se imprime. Nada dice que esta metáfora sea válida”.5 Lacan, J., Le Seminaire Livre 24, L´insu que sait de l´une-bevue s´aile a mourre, clase del 17 de mayo de 1977, inédito.

Existe otra relación con la memoria y con la historia que conciernen al parlêtre y a lalangue. Y, por lo tanto, al cuerpo como consistencia, como la única pertenencia que nos da una idea de nosotros mismos. Esta concepción de la historia orientada por las inscripciones de goce que aspiran al sujeto, y que dan cuenta del sentido gozado (jouis-sens), es la que con más propiedad analítica inscribe la memoria del su mundo.

La fecundidad de los restos

La memoria es incierta y el relato de la historia del sujeto es posible de ser reducido al efecto que producen ciertas lesiones en el cuerpo, que se alojan en los agujeros pulsátiles que hacen que el cuerpo hable. Los agujeros localizados en un cuerpo funcionan como marcadores, una escritura indescifrable, paradójica si se quiere, y refractaria a poder ser formalizada por lo simbólico.

Si el acontecimiento del cuerpo lo ubicamos en esta perspectiva encontramos la posibilidad de una rectificación profunda del lazo con el mundo y con los otros, la soledad y la singularidad de esta experiencia son, justamente, el nexo posible para que ese “su mundo”, en que cada uno está, no nos exilie de la mala manera. Lacan nos recuerda que “basta destacar que hay cosas que hacen que el mundo sea inmundo, si me permiten expresarme de este modo”.6 Lacan, J., El triunfo de la religión, Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 76. Esos suplementos que se adhieren al mundo del sujeto, esos objetos que son nuestros restos nos alertan también que ellos forman parte de la solución. La angustia que despierta su presencia no es más que la señal que advierte de la proximidad de lo real; y su franqueamiento nos reconcilia, hasta donde podamos consentir, con el desamparo estructural al que estamos sometidos. Cuando la experiencia de un análisis lo permite es posible hacer del exilio radical del Otro, un bien común.

 

  1. Lacan, J., El Seminario, Libro 16, De un otro al Otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 62.
  2. Freud, S., “La Interpretación de los sueños”, Obras completas, Vol. IV, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, p. 72.
  3. Lacan, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, Ed. Siglo XXI, México, 1984, p. 529.
  4. Ibid., p. 530.
  5. Lacan, J., Le Seminaire Livre 24, L´insu que sait de l´une-bevue s´aile a mourre, clase del 17 de mayo de 1977, inédito.
  6. Lacan, J., El triunfo de la religión, Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 76.

 

Mundo y sentido

“Todo el mundo está en su mundo” es un sintagma que ilustra una pluralidad de fenómenos que inscriben una modalidad de lazo social construido por las representaciones que determinan la existencia de un sujeto en el mundo. Evoca la dimensión de una variedad de mundos y cada cual habitaría uno, el suyo, que en principio no sería el mundo de los otros. De esta manera, la existencia del mundo para cada uno dependería de la interpretación que se formule, a partir de un relato al que la contingencia hizo que fuese arrojado. La organización misma del lazo social es tributaria de una interpretación sobre el sentido del mundo.

Desde las religiones -sean estas laicas o no- tanto las que se inscriben en las tradiciones, que han logrado perpetuarse en el tiempo, como desde las formas contemporáneas del intercambio, se pretende darle al mundo una consistencia solidaria con las representaciones, sean cuales fueren, en las que el sujeto se pudiera alojar y así hacer emerger el sentido que al mundo, como tal, le falta.

La ciencia y su mundo

Por otro lado, la ciencia introduce en el mundo su verdad, de la cual se desprende un sentido sostenido en las certezas en que se funda su lógica. Del lado de la ciencia nos encontramos con un saber sobre el mundo, que se constituye a partir de un rechazo del saber sobre el sujeto que lo habita. Es la vertiente forclusiva de la ciencia que excluye lo que no entra en la combinatoria de una verdad formalizada.

Pero la verdad tiene otra vertiente, más allá de la formalización operada por la ciencia, que se hace escuchar por el hecho de hablar. La verdad no opera solamente sobre lo real de la física, opera también sobre el parlêtre. En definitiva, cualquier cosa que diga el ser hablante, habla del sufrimiento de ser sexuado, la verdad se sufre, es una expresión de Lacan: “ la verdad precisamente no se dice por un sujeto, pero se sufre”.7Lacan, J., El Seminario, Libro 16, De un otro al Otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 62. La ciencia, opera una sustracción sobre lo humano más radical, sustrae precisamente del mensaje la dimensión de la sustancia gozante puesta en juego.

El mundo del Otro

Si partimos de la frase “Todo el mundo está en su mundo”, conviene preguntarnos cuál sería ese “su mundo” en el que habitamos. Y este mundo, único para cada uno, no se homologa con el sistema de representaciones que preceden al sujeto que hace su irrupción en él. Aunque esa estructura de representaciones determine un lugar, un nombre, una tradición y una genealogía, aunque humanice al viviente en el sentido de ofrecerle una existencia, una brújula por la que orientarse, inclusive que garantice una teleología bajo el nombre propio escrito en una sepultura. Todo ello no alcanza para decir con propiedad que sería “su mundo”, porque todo eso pertenece al mundo del Otro en el que el sujeto se representa.

Si este mundo de las representaciones puede ofrecer un alojamiento al sujeto, no por ello deja de ser al mismo tiempo radicalmente extraño. Existe una disyunción entre la representación del mundo y la experiencia de la vida que en él se consuma.

La Otra escena

El concepto princeps de Otra escena8Freud, S., “La Interpretación de los sueños”, Obras completas, Vol. IV, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, p. 72., que Freud aísla de la obra de Fechner, en primera instancia muestra con precisión la existencia de una realidad que se aleja irremediablemente de cualquier mundo que pretenda ser representado. La otra escena freudiana, el lugar del inconsciente inaugura un mundo fuera del mundo del cual el sujeto se apropia, no solo como una marca simbólica tributaria de una nominación por la vía del significante, sino como escritura de una satisfacción, de una irrupción de goce, que inaugura un estilo propio de establecer una relación con el mundo material que, en principio, no solo le es ajeno sino radicalmente hostil.

Lacan evoca en diferentes momentos aquello que concierne a la Otra escena freudiana, lo que allí se aloja da cuenta de que la estructuración humana requiere de la presencia de principios simbólicos para poder mantener la tensión con la vida y con el mundo, fuera de estos principios todo vacila. Lo que se aloja en la Otra escena ofrece un marco y un sentido a lo que en última instancia no lo tiene: “El deseo, el aburrimiento, el enclaustramiento, la rebeldía, la oración, la vigilia (…) el pánico, en fin, están ahí para testimoniar de la dimensión de ese Otro sitio (…) en tanto que principios permanentes de las organizaciones colectivas, fuera de las cuales no parece que la vida humana pueda mantenerse mucho tiempo”.9Lacan, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, Ed. Siglo XXI, México, 1984, p. 529. Pero también da cuenta de que lo que Freud toca en esa otra escena -que no es ni más ni menos que el punto absolutamente crucial del impacto del sujeto con el traumatismo de la sexualidad- no se trata allí de ninguna rememoración de la infancia perdida, sino del “paraíso de los amores infantiles, donde ¡baudelérame Dios! pasa cada cosa…”.10 Ibid., p. 530. Es en esa coalescencia entre carne y logos, entre el lenguaje y la realidad sexual, que se consuma ese “su mundo” que no tiene ninguna relación con el mundo.

Para Freud ese Otro sitio tiene un estatuto universal pero, al mismo tiempo, está cancelado para cada sujeto, uno por uno, como un lugar interior.

En definitiva, el “su mundo”, tiene su soporte más determinante, no en los recursos simbólicos que nos ofrece el Otro, sino en ese Otro mundo, el de las pulsiones sexuales freudianas, estrictamente autoerótico y sin ninguna necesidad de la presencia de un objeto predeterminado para que la satisfacción se realice, para que la irrupción del goce haga temblar el cuerpo. Será retroactivamente, que esa fijación a un objeto encuentre su lugar en el fantasma del sujeto, lo que de alguna manera volverá a ese objeto necesario para la satisfacción.

Del Otro al cuerpo

Ahora bien, la clínica verifica que el estatuto del Otro, por más necesario que se presente, y por más recursos que ofrezca para revelar lo que conjeturalmente sucedió en esa Otra escena, no alcanza para producir con el “su mundo” de cada cual, alguna otra cosa que sustraiga al sujeto de su encapsulamiento, de la entropía que la inercia del goce produce. El goce no es fluido como el significante que se desliza, el goce no comunica. Ante esta verificación ¿cuál es entonces la posibilidad de establecer algún tipo de solución para hacer que el goce no quede todo anudado a la pulsión de muerte, configurando un destino inútil en el que la repetición se vuelve solidaria de la ruina del sujeto?

Lacan en su última enseñanza, llega a establecer un desplazamiento fundamental del estatuto del Otro. Sin anular su lugar ni su función en el intercambio con el mundo, el Otro pierde su consistencia, su operatividad clínica se reduce.

Lo único que brinda una consistencia es el cuerpo, un territorio, que por lo menos hasta el momento de su extinción, nos ofrece la referencia de que estamos vivos. Este desplazamiento que va del discurso del Otro al cuerpo como Otro, introduce una lógica que subvierte el concepto mismo de historia, produce un corte que detiene la metonimia del significante. El analista mismo deja de ser, hasta cierto punto, el operador de un desciframiento significante, para objetar, con su presencia, con su cuerpo mismo, en su acto, la pasión por el sentido que arrastra al sujeto en la deriva de pretender ofrecerle una causa a su distychia con el mundo.

Otro estatuto de la historia

Efectivamente, la historia misma bajo este desplazamiento cambia de estatuto. Uno podría imaginar que la historia es algo que se imprime, que sus huellas facilitan una ubicuidad, un sentido. Eso implicaría una escritura, tratar de alcanzar el lenguaje por la vía de la escritura con el recurso de una memoria que daría cuenta de la verdad de la historia. “El lenguaje, uno se esfuerza en alcanzarlo por la escritura. Y la escritura, eso sólo da algo en matemáticas, ahí donde se opera por la lógica formal, a saber, por extracción de un cierto número de cosas que uno define, principalmente como axiomas. Son letras que uno extrae así. Eso en modo alguno es una razón para que se crea que el psicoanálisis lleva a escribir sus memorias (…) Todo reposa ahí sobre una metáfora, a saber, que uno se imagina que la memoria es algo que se imprime. Nada dice que esta metáfora sea válida”.11 Lacan, J., Le Seminaire Livre 24, L´insu que sait de l´une-bevue s´aile a mourre, clase del 17 de mayo de 1977, inédito.

Existe otra relación con la memoria y con la historia que conciernen al parlêtre y a lalangue. Y, por lo tanto, al cuerpo como consistencia, como la única pertenencia que nos da una idea de nosotros mismos. Esta concepción de la historia orientada por las inscripciones de goce que aspiran al sujeto, y que dan cuenta del sentido gozado (jouis-sens), es la que con más propiedad analítica inscribe la memoria del su mundo.

La fecundidad de los restos

La memoria es incierta y el relato de la historia del sujeto es posible de ser reducido al efecto que producen ciertas lesiones en el cuerpo, que se alojan en los agujeros pulsátiles que hacen que el cuerpo hable. Los agujeros localizados en un cuerpo funcionan como marcadores, una escritura indescifrable, paradójica si se quiere, y refractaria a poder ser formalizada por lo simbólico.

Si el acontecimiento del cuerpo lo ubicamos en esta perspectiva encontramos la posibilidad de una rectificación profunda del lazo con el mundo y con los otros, la soledad y la singularidad de esta experiencia son, justamente, el nexo posible para que ese “su mundo”, en que cada uno está, no nos exilie de la mala manera. Lacan nos recuerda que “basta destacar que hay cosas que hacen que el mundo sea inmundo, si me permiten expresarme de este modo”.12 Lacan, J., El triunfo de la religión, Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 76. Esos suplementos que se adhieren al mundo del sujeto, esos objetos que son nuestros restos nos alertan también que ellos forman parte de la solución. La angustia que despierta su presencia no es más que la señal que advierte de la proximidad de lo real; y su franqueamiento nos reconcilia, hasta donde podamos consentir, con el desamparo estructural al que estamos sometidos. Cuando la experiencia de un análisis lo permite es posible hacer del exilio radical del Otro, un bien común.

 

  1. Lacan, J., El Seminario, Libro 16, De un otro al Otro, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 62.
  2. Freud, S., “La Interpretación de los sueños”, Obras completas, Vol. IV, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, p. 72.
  3. Lacan, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, Ed. Siglo XXI, México, 1984, p. 529.
  4. Ibid., p. 530.
  5. Lacan, J., Le Seminaire Livre 24, L´insu que sait de l´une-bevue s´aile a mourre, clase del 17 de mayo de 1977, inédito.
  6. Lacan, J., El triunfo de la religión, Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 76.