Para el eje “Ficciones, discursos y delirios”

“¿Se imagina el incomparable desorden que mantienen diez mil seres esencialmente singulares? Piense en la temperatura que puede producir en ese lugar tan gran número de amores propios que en él se miden. París encierra y combina y consuma o consume a la mayor parte de los brillantes infortunados a quienes sus destinos han llamado a las profesiones delirantes… llamo así a todos esos oficios en que el instrumento principal es la opinión que uno tiene de sí mismo, y la materia prima, la que tienen los demás. A las personas que los ejercen, dedicadas a una eterna candidatura, siempre les aflige necesariamente cierto delirio de grandeza que cierto delirio persecutorio atraviesa y atormenta sin tregua. En ese pueblo de únicos impera la ley de hacer lo que nadie haya hecho nunca, lo que nadie hará. Al menos ésa es la ley de los mejores, es decir de aquéllos con bastante corazón para querer abiertamente algo absurdo… No viven más que para conseguir y hacer durar la ilusión de ser solos -pues la superioridad no es más que una soledad situada en los límites actuales de una especie… cada uno funda su existencia en la inexistencia de los demás, a los que no obstante hay que arrancarles su consentimiento al respecto.”

Valéry, Paul, Monsieur Teste, A. Machado Libros, S.A., Madrid, 2008, p. 50.

En este pasaje, se describen los efectos individuales de los discursos del amo que atravesaron la sociedad hasta nuestros días. Es una obra del siglo XIX y, sin embargo, podemos detectarlos en la actualidad: desde el “hombre hecho a sí mismo”, la “emprendeduría” para ser “el propio empleador”, para “reinventarse”, el consecuente “síndrome de burn-out” y el actual “soy lo que digo que soy”. Dice nuestro personaje que se trata de delirio de grandeza atravesado por delirio persecutorio. Nada más oportuno para describir lo que ya no debe ser “patologizado” porque está en el aire que se respira, forma parte de los designios sociales que a cada individuo le tocará discernir, para descubrir, como allí se dice, que su superioridad no es más que una soledad.

Soledad que no es muy diferente a la del analista, cuando analiza, proclive a llevar esa soledad a lo absoluto, en el ejercicio, entonces, de una profesión delirante. Sin embargo, es sobre este material que el análisis hace su recorrido, sobre el que aporta el sujeto que condena el desorden del mundo, alma bella de la histeria, sin advertir su participación en él, así como Alcestes, de El Misántropo de Molière, condena la inmoralidad de un mundo al que pertenece en un delirio de presunción1Cf. Lacan, J., “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1, Siglo XXI, México, 1984, p. 165..

Ahora bien, ese consentimiento arrancado a los otros, que menciona la cita de Monsieur Teste, está en la avanzadilla de lo que será la primacía de lo simbólico para el análisis, mediante el cual el sujeto captará el lugar que ocupa, y que elide en su queja, atrapado como está en su propia excelencia. Pero también forma parte de lo que orienta a un analista que quiera situarse en el mundo que lo circunda.2Cf. Miller, J.-A., “La Escuela de Lacan”, Elucidación de Lacan, Charlas brasileñas, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 513-547.

 

  • 1
    Cf. Lacan, J., “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1, Siglo XXI, México, 1984, p. 165.
  • 2
    Cf. Miller, J.-A., “La Escuela de Lacan”, Elucidación de Lacan, Charlas brasileñas, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 513-547.