Pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan

He recibido la convocatoria de las próximas Jornadas de la ELP cuando releo la obra de Alejandra Pizarnik. Sus textos, tanto poemas, cartas o diarios, siempre me conmueven, me sobresaltan y emocionan. También me vuelven a asombrar por la potencia perturbadora de su palabra y el esfuerzo para saber hacer allí, en «el desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto». Un intento constante de esta extraordinaria poeta para intentar arreglárselas con el goce del síntoma, lo más real al límite del sentido.

Leo la convocatoria y pienso, sí, todo el mundo está en su mundo, se inventa para hacer con la imposibilidad, el síntoma, como el amarre, cumplirá una función, pero en donde lo opaco, aquello sin descifrar, vendrá a un lugar distinto para cada sujeto, incluso en algunos a través de la anticipación en lo escrito, del silencio y la muerte. En Alejandra Pizarnik se constituirá en trazo el poema, elaborando una singular escritura en el titánico trabajo por hallar una filiación. Búsqueda que durará toda su vida. Escribe a los diecinueve años: «Mi única culpa consiste en no poder recordar dónde puse mi cordón umbilical, aquella noche donde nací»1Pizarnik, A., Diarios (28 octubre 1955), Lumen, Barcelona, 2021 p. 178.. Un nombre que diga de sí, pues ya, desde su obra La tierra más ajena, ella lo rechaza y adopta el de Alejandra en lugar de Flora, su primer nombre. Una vida que, desde muy joven, tratará de escribirse a través de la escritura poética, como el único modo, podríamos decir, de dar testimonio de la existencia.

«Ahora sé que cada poema debe ser causado por un absoluto escándalo en la sangre. No se puede escribir con la imaginación sola o con el intelecto solo; es menester que el sexo y la infancia y el corazón y los grandes miedos […] trabajen al unísono mientras yo me inclino hacia la hoja, mientras me despeño en el papel e intento nombrar y nombrarme»2Pizarnik, A., Diarios (24 noviembre 1956), o. cit., p. 207..

Una escritura que por un lado muerde la palabra, la desintegra hasta el silencio, pues se va depurando, se acendra, hasta llegar a una desnudez  donde el lenguaje en su estado más radical escribe su propia ausencia hasta la muerte. Y por otro, nos muestra cómo se enfrenta al abismo enorme de sentirse capturada y desplazada  por la palabra hasta el  dolor del vaciamiento del cuerpo, a la vez que está totalmente entregada a escribir, y constatar que en el  acto de la escritura acontece algo que desmiente al que creyó escribir. Desmiente la noción de identidad dando lugar al encuentro con un fruto que acontece extraño, separado, pero que a la vez surge de quien escribe. De ahí la pregunta constante de Alejandra que intenta colmar: ¿dónde estoy en esto que escribo?

En Figuras del presentimiento, en su poema “El deseo de la palabra”, podemos leer: «Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días […], infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias de vivir».

O en su Diario, en “Notas sobre el habla”: «Mi estilo será por fuerza artificioso. A causa del vacío, a causa de tu imposibilidad de apoderarte del lenguaje. El lenguaje me es ajeno […] El lenguaje es un desafío para mí, un muro, algo que me expulsa, que me deja afuera»3Pizarnik, A., Diarios (6 noviembre 1962), o. cit., p. 519.. Pero al que Pizarnik se dirige en una búsqueda sin fin en tanto unidad, aquello que habitará la escritura que pueda decirlo todo, para hallar una y otra vez que cada palabra dice siempre otra cosa. Y en la repetición un halo de vida y un más de muerte hasta el agotamiento.

Y abre una pregunta, una pregunta que ella colma con los versos más preciosos en el desplazamiento del significado frente al profundo mar, ese mar sin orilla, de los significantes. El esfuerzo por hallar la palabra verdadera, el deseo en el texto, que se escabulle, que se fuga y el intento de fraguar cuerpo y poema, que al no ser posible, la lleva a  la angustia más terrible.

Podríamos decir que frente al no-todo de lalengua Pizarnik encuentra como invención sintomática la escritura, la poesía, pero de una manera absoluta, pues finalmente, como ella misma escribe, la ahoga: «Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía. Es una sensación que no comprendo perfectamente; es algo vago, lejano, pero lo sé y lo aseguro»4Pizarnik, A., Diarios (11 agosto 1961), o. cit., p. 468..

Todo el tiempo intenta con la escritura recubrir aquello que retorna como imposible de soportar y la confronta al vacío y a la imposibilidad de la relación sexual y la muerte, hacia la que a su vez se dirige de forma irrevocable. Pues ella tiene una continua y extenuante autorreflexión donde vemos que busca afanosamente una esencia, operación de la que solo quedan huellas que la anclan frágilmente, pero donde el fracaso de ese empeño se repite, y lo único que resta es aguardar el silencio, puerta de entrada a lo absoluto donde ya no hay retorno.

«Debo haber soñado algo muy importante pues detrás de ese sueño oí que me decía: Despierta porque si continúas soñando […] te volverás loca irrevocablemente. Lo que está por ver no puede ser visto por alguien que después desee retornar. […] yo respondí: Acepto tocar fondo»5Pizarnik, A., Diarios (11 noviembre 1962), o. cit., p. 525..

Y en la repetición, el poema. Poder, como escribiera el poeta rumano Gherasim Luca, al que me he referido en otras ocasiones, liberar el soplo donde cada palabra se convierte en señal y señal de un hueco. Ahí reside la lucidez que la escribe dándole un contorno y a la vez la ausenta y la lleva hacia el fin. Y ella lo sabe. Como le solía decir a sus amigos cuando se internaba en el Hospital psiquiátrico Pirovano de Buenos Aires: piro en vano, pues la escritura no logrará salvarla ni de la lengua ni de los estragos del cuerpo y la pasión. De la imposibilidad. A pesar de sus amores turbulentos o de tratar de sostenerse en la amistad, Cortázar, Octavio Paz, Silvina Ocampo, Ana Becciu o Bajarlía, entre muchos otros, fueron amigos muy importantes. O a través de la relación con analistas: son conocidas las visitas que mantuvo con León Ostrov, su analista, durante un año, y posteriormente la correspondencia que mantuvo con él, donde vemos una manera de apoyarse, ya que éste, a modo de semblante de deseo, la sostiene durante un tiempo. O mucho después con Pichon-Rivière, ya en una relación menos afortunada, y en sus internamientos psiquiátricos. No fue posible. También el síntoma  como sostén tiene su límite. Como resto, de Pizarnik nos queda el poema. Ese que hacemos nuestro en su soplo, aún perteneciendo a otro mundo.

 

  • 1
    Pizarnik, A., Diarios (28 octubre 1955), Lumen, Barcelona, 2021 p. 178.
  • 2
    Pizarnik, A., Diarios (24 noviembre 1956), o. cit., p. 207.
  • 3
    Pizarnik, A., Diarios (6 noviembre 1962), o. cit., p. 519.
  • 4
    Pizarnik, A., Diarios (11 agosto 1961), o. cit., p. 468.
  • 5
    Pizarnik, A., Diarios (11 noviembre 1962), o. cit., p. 525.

Referencias
Lacan, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la Psicosis”, en Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 1998. 
Lacan, J., El Seminario. libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 1998
Lacan, J., El Seminario. Libro 16, De un Otro al otro. Paidós, Buenos Aires, 2008.
Pizarnik, A., Diarios (ed. de Ana Becciu), Lumen, Barcelona, 2021.
Pizarnik. A., Poesía completa, Lumen, Barcelona, 2016.