Están todos locos

El título de estas jornadas «Todo el mundo está en su mundo» sugiere la pregunta por la posibilidad de lazo. Si cada uno anda inmerso en su particular manera de gozar, se cuece en su particular caldo de sentido, ¿está condenado a la soledad? ¿Qué lugar queda para la comunicación? ¿Es posible el encuentro?

En la película argentina llamada «El viento se llevó lo que» se presenta una cómica situación que hace pensar algo de la posibilidad de encuentro.

Los habitantes de un pueblo muy lejano y aislado en la Patagonia tienen un gusto especial por el cine. En ese pueblo donde no ha llegado la antena de televisión, el cine es su único modo de entretenimiento. Sin embargo, cuando las cintas de las películas llegan hasta ese pueblo, están muy deterioradas, con cortes, partes remediadas, fragmentos entrecortados y arreglados de tal forma, que la película adquiere un argumento extraño y sin lógica alguna.

Lo gracioso es que a los habitantes de ese pueblo tanto les encanta ir al cine que a través de esas películas collage desarrollan un modo de comunicarse disléxico. No hay lógica de acción y consecuencia, las reacciones son azarosas y las maneras sorprendentes. Por ejemplo, un chico se acerca a una muchacha para ligar en un teatro y le dice, “Hola, ¿pedimos la cuenta?» o en los momentos románticos cuando uno esperaría que la pareja se bese, se dan una bofetada.

Una taxista joven de Buenos Aires llega por casualidad a ese pueblo y se queda asombrada por su particular modo de ser. Al principio lo que destaca es que están todos locos. Pero al cabo de un tiempo, prueba a dejarse llevar por el sinsentido y hasta se enamora del crítico del cine de este pueblo, por supuesto el más loco de todos. Este chico le sorprendía siempre retando el sentido común y cortando lo esperado. Ese corte producía algo nuevo, un nuevo saber, un nuevo modo.

La protagonista, y esta es mi interpretación, pronto se da cuenta que todo el mundo, ya sea en Patagonia, en Buenos Aires o en Zimbabue, estamos locos, ya que la película que nos contamos a nosotros mismos para dar sentido a la vida es un delirio. Vivimos como en un sueño, más o menos nos apañamos con nuestras ficciones. Estás ficciones cada uno tiene la suya, nos valen para hacer con lo «no hay», pero tanto nos aferramos a esas ficciones y gozamos de ellas, que olvidamos que es un sueño y que vivir sin despertar de vez en cuando dificulta más que facilita la vida.

Ese goce de lo imaginario nos vela el nudo particular que ata a cada uno a la vida. Ese singular invento, esas marcas que de manera absolutamente única forman nuestra forma de ser… tiene que ver con el hecho de que hablamos, pero no tanto con la película que nos montamos. Porque el lenguaje, como decía Lacan en el seminario “Aún”1Lacan J., El Seminario, libro 20, Aun (1972-1973), Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 167., es una elucubración sobre nuestra lalengua, sobre ese traumatismo, ese primer encuentro con los significantes del otro que nos separó del goce natural y nos individualizó, incidiendo en el organismo dejando una marca singular de goce. Paradójicamente, esa marca singular, ese devenir cuerpo de goce que habla, es justamente lo que permite un encuentro, siempre en el escenario de la diferencia y con el encuadre de «no hay relación sexual».

Relacionarse a través del Edipo, con la ilusión o convicción de que «hay», de que todo encaja y de que nuestra existencia tiene sentido, sería lo que Lacan llamaba «una sucia mezcolanza”2Lacan J., El Seminario, libro 21, Los no incautos yerran (1973-1974), inédito, lección del 15 de enero de 1974. de fantasmas no nos trae por buen camino, ya que nos enferma más y más de la neurosis y si nos brinda un goce, este es cutre y simplón, que además resulta en sufrimiento más pronto que tarde. El goce de otro individuo produce rechazo si se mira con los ojos del fantasma y un encuentro digno es improbable.  Pero si despertamos, aunque sea para seguir durmiendo, ese vislumbrar a modo de ver un relámpago al real que nos causó, salir de ese «no querer saber nada» permite que surja algo nuevo, un encuentro con el semejante…y con lo más extraño que tiene uno.

Quizás despejarse del exceso de lo imaginario y de lo simbólico para dejar comparecer algo de lo real en juego, sin un análisis resulte difícil. El análisis que no escucha las «películas» que se montan los pacientes, sino que se orienta por lo real, sirviéndose de lo simbólico y permitiendo hablar de lo que hace sufrir a uno, lleva al analizante a vislumbrar ese goce que le hace único y dar valor a ese amarre que tiene uno con la vida.

 

  • 1
    Lacan J., El Seminario, libro 20, Aun (1972-1973), Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 167.
  • 2
    Lacan J., El Seminario, libro 21, Los no incautos yerran (1973-1974), inédito, lección del 15 de enero de 1974.