Navegando en el barco de los locos

El término ‘locura’ no es un término médico: no hay diagnóstico de locura. En ningún registro médico encontraremos escrito que el paciente está loco. Los psicoanalistas estamos acostumbrados a utilizar como categorías diagnósticas fundamentales las tres grandes configuraciones clínicas de las que nos habló Freud: neurosis, psicosis y perversión. La locura no está incluida entre ellas. Sin embargo, la locura sigue siendo un significante central, tanto en el campo psiquiátrico como en el psicoanalítico. ¿Qué es, entonces, la locura?

Podemos afirmar que es un concepto que atraviesa las estructuras, es decir, está presente en las diversas estructuras como potencial condición humana, por lo que es independiente de cualquier definición diagnóstica. Es importante recalcar este punto: la locura no es prerrogativa exclusiva de una sola de las estructuras de la personalidad. No hay coincidencia, por ejemplo, entre el concepto de locura y el de psicosis. Sabemos que existen psicóticos absolutamente normóticos, integrados en el discurso social, tanto como para inventar – como ha sucedido muchas veces en la historia de la humanidad – nuevos paradigmas de pensamiento, en los campos de las matemáticas, las ciencias o la filosofía. No es lo mismo hablar de locura que hablar de psicosis: locura y psicosis no son conceptos completamente superponibles, ya que “Todo el mundo es loco, es decir, delirante”1Lacan J., ¡Lacan por Vincennes!, Revista Lacaniana de Psicoanálisis. Año VII, nº 11, Buenos Aires, 2011.. Y esta afirmación no se orienta por el Nombre del Padre, sino que se articula a la “no relación sexual”. Frente a este imposible, cada uno inventa su manera de contarse su mundo, su relación al Otro, y cada uno responde con modalidades diversas a la perturbación que introduce el goce. De hecho, se encuentran rasgos de locura incluso en sujetos neuróticos: en las neurosis histéricas severas, por ejemplo, la búsqueda de afirmación de la propia subjetividad puede llevar al sujeto a posturas de reivindicación y rencor tales que pueden asumir un verdadero carácter de locura (aunque – cabe precisarlo – conservan, a diferencia de la locura psicótica, la posibilidad de reversibilidad). Locuras transitorias, podríamos decir, pero aún así, locuras. La locura, por lo tanto, es un concepto que – por así decirlo – ‘circula’ dentro de la experiencia humana: ella pone de manifiesto posibilidades de vida extrañas, extravagantes, extraordinarias, originales, insólitas. En ella asistimos al desenganche por parte del sujeto con respecto a los discursos y las formas de invención de hacer con esas brechas. En este sentido, la locura representa el límite mismo del discurso. Su existencia desmiente que el discurso social y el semblante sean capaces de ‘contener’ el total de la experiencia humana: sus manifestaciones, de hecho, socavan las convenciones, representan una amenaza para el sentido. En otras palabras, la locura revela que en el semblante hay una brecha, un agujero, hay algo que no funciona: lo que el discurso social se ilusiona de poder tapar con sus narraciones, es revelado de manera brutal por la locura. El rey está desnudo. El saber es incompleto: no hay manera de dar un sentido completo a la vida. La vida va a la deriva, como dice Lacan; a la deriva como en El barco de los locos de Hieronymus Bosch: es la deriva potencial de la vida misma. La locura testimonia esta posibilidad que concierne a todo ser humano: la posibilidad de perder amarres, desengancharse, desvincularse, de perderse. Las inigualables descripciones de Primo Levi y Bruno Bettelheim sobre los campos de concentración subrayan exactamente esta circunstancia especial: personas que, antes de la deportación, estaban sólidamente insertas en un contexto psicológico y social estable y consolidado, al entrar en contacto con el horror de la detención, se volvieron progresivamente apáticos, pasivos, inertes, desenganchados de la realidad, encerrados en otro mundo. Cuando lo simbólico flaquea, en efecto, el equilibrio psíquico entra en crisis: no hay garantía para nadie. Y es precisamente ese efecto espejo que el demente ejerce sobre el así llamado normal, ese efecto especular, inquietante e impresionante, que está en el origen de las reacciones de rechazo que la locura siempre ha desencadenado en la humanidad (preocupada por estar de algún modo ‘contaminada’ por esa extraña manera de estar en el mundo). El loco señala el límite de la razón con el que todos tenemos que lidiar. El rechazo social a la locura nace del espanto que provoca su íntima contigüidad con la normalidad. El efecto unheimlich – como diría Freud – lo provoca la percepción de que la aparente diversidad de los locos alberga una íntima similitud, una intolerable consonancia, una afinidad con lo normal que se prefiere ignorar.

La locura psicótica, en este sentido, se configura como una de las formas más llamativas de lo ingobernable, cuya potencia y fuerza, al no ser tratada por el poder pacificador de lo simbólico, amenaza al ser humano y su supuesto equilibrio. Cuando se apodera, lleva al sujeto a otra dimensión, lo desengancha del carrusel en el que todos los demás giran sin darse cuenta, lo priva – para usar una metáfora a mi parecer efectiva – de la posibilidad de tomar el telesilla, obligándolo a quedarse mirando a todos aquellos que – si bien inconscientes de la alienación de subir y bajar por la misma pista – esquían felizmente. La locura fractura la supuesta consistencia de lo simbólico y declara su absoluta falta de fundamento. A este respecto, resultan especialmente evocadoras las reflexiones de Freud sobre la lucidez del loco, sobre su denuncia de la ausencia de garantía, de la arbitrariedad de la vida, de su falta de fundamento. Es este agujero en el (y del) saber – que el loco ve y muestra sin reservas – el punto que interroga el psicoanálisis. Su tarea es precisamente ésta: hacer espacio (a través de la palabra) a esta experiencia extrema de lo humano, escucharla, alojarla, hacer que encuentre un lugar de elaboración gracias al cual entrar en un intercambio con el otro, en vez de quedarse confinado en la soledad que proporciona la sensación de diversidad irreductible. La tarea del psicoanálisis es estructurar un setting especial que pueda provocar la elaboración de ese material que literalmente envenena al sujeto, que lo invite a hacer un discurso en torno a él, un círculo cada vez más estrecho, que circunnavega el núcleo hirviente que, aunque no puede ser dicho todo, se enfriará y diluirá en la medida en que al sujeto se le dará la facultad de hablar de ello. Es una experiencia comprobada: escuchar el delirio, no desmentirlo, no contrastarlo, no oponerle la supuesta razón, tiene un efecto reductor en la intensidad del propio delirio. El loco sufre porque nadie le cree. Es decir, nadie cree en lo que para él es la única forma de encontrar una consistencia – por muy fuera que esté de la convención social – de su propia existencia. La nueva realidad que – como dice Freud – construye como un “parche»2Freud S., “Neurosis y psicosis”, Obras Completas, Vol XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 157. (aufgesetzter Fleck) de la desgarradura (Einriss) que se ha producido en su psique es la única realidad en la que puede vivir. El delirio representa el único modo de reparar la fractura, la escisión del yo, la Ichspaltung, la herida sangrante que necesita, en cualquier caso, ser cicatrizada, suturada. Las manifestaciones de la locura, que pensamos que son el problema, para el loco son la solución a su vida amenazada, a su supervivencia siempre en peligro. Lo que consideramos patológico, para el loco es lo vital. Esta discrepancia es una verdadera cuestión. ¿Cómo sintonizar la rareza del loco – que le es necesaria – con la exigencia de conformidad que pretende la sociedad? ¿Cómo armonizar su peculiaridad extravagante – y, muchas veces, socialmente molesta – con la demanda de homogeneizarse con el sentido común? ¿Cómo puede consensuarse el derecho del loco a utilizar la que es su única muleta para mantenerse de alguna manera en pie (muleta que aparece deforme e inaceptable para los criterios habituales de convivencia) con el derecho de la sociedad a defenderse frente a lo que acaba cuestionándola profundamente? Son interrogativos que merecen una reflexión, incluso en ausencia de una respuesta definitiva.

 

  • 1
    Lacan J., ¡Lacan por Vincennes!, Revista Lacaniana de Psicoanálisis. Año VII, nº 11, Buenos Aires, 2011.
  • 2
    Freud S., “Neurosis y psicosis”, Obras Completas, Vol XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 157.