Sobre locura y psicosis

Quizás el mayor interés actual de la locura y la psicosis sea lo que ambas aportan al conocimiento de la condición humana, tanto en materia de psicología patológica como en el de terapéutica. Con vistas a avanzar en esa dirección, las examinaré brevemente teniendo en cuenta sus dos principales usos, esto es, como sinónimos y como complementarios. Y confío en que esta exploración facilite argumentar una visión de la locura consustancial al parlêtre, punto de vista al que podemos oponer la psicosis, puesto que éste es un término propio de la nosología médico-psicológica, y como tal su ámbito semántico es más restringido y preciso. Si se da por buena esta hipótesis de la locura universal, esto supondría que el conjunto de los mortales nos vemos abocados a inventar algo —cada uno lo suyo— que nos permita vivir en el deseo, al margen del tormentoso acecho del Otro malvado y en la periferia del refugio solipsista. El clínico debe saber que los apaños son tantos como sujetos hay y que algunos funcionan y otros no, que unos tienen una eficacia efímera y algunos son duraderos, y, sobre todo, que son singulares. Por eso comenzaré precisando las potenciales convergencias y diferencias de la locura y la psicosis, a ver si en ese desmontaje se puede extraer algo para el trabajo diario.

Cuando los términos locura y psicosis se usan en el marco de la psicopatología, es evidente que son sinónimos. De hecho, la locura tradicional comenzó a denominarse psicosis a mediados del siglo XIX. Cincuenta años después, Freud estableció el binario Neurose vs. Psychose, una oposición sobre la que se ha construido la psicopatología estructural aún vigente. De esta sinonimia, admitida por la mayoría de los estudiosos, se hizo eco también Lacan al inicio del Seminario 3, cuando señaló: “Las psicosis son, si quieren (…) lo que corresponde a lo que siempre se llamó, y legítimamente se continúa llamando así, las locuras”1Lacan, J., El Seminario. Libro 3, Las psicosis, Ed. Paidós, Barcelona-Buenos Aires, 1981, p. 12..

A este punto de vista se opone, a veces, otro según el cual la locura y la psicosis esbozan campos semánticos algo diferentes. Aunque no se suele especificar con precisión cuáles, se asigna a la locura un significado mucho más amplio que el de la psicosis y de ese modo se alude a ciertos desbarajustes muy propios de la condición humana, en el sentido que pudo conferirle en su día Ovidio: “pero esta locura tiene una cierta utilidad; evita que mi mente esté siempre ocupada en la contemplación de sus desgracias y le hace olvidar su suerte actual”2Ovidio, Tristes, Pónticas, Gredos, Madrid, 1992, p. 249.; Montaigne: “¿Quién ignora hasta qué punto es imperceptible la frontera de la locura con las airosas elevaciones de un espíritu libre, y con los efectos de una fuerza suprema y extraordinaria?”3Montaigne, M., Los ensayos, Acantilado, Barcelona, p. 719. o, el muy citado Pascal: “Los hombres son tan irremediablemente locos que sería estar loco de otra clase de locura no estar loco”4Pascal, B., Pensamientos, Gredos, Madrid, 2014, p. 147..

Sobre la preferencia de usar ambos términos como sinónimos ya me pronuncié en algunos textos. Y sobre la pertinencia de usarlos de forma diferenciada lo hace, entre otros, H. Gallo en su ensayo Crimen, locura y subjetividad5Gallo, H., Crimen, locura y subjetividad: Lo que dice el psicoanálisis, U. de Antioquía, Medellín, 2019.. En cualquier caso, la mayoría estamos de acuerdo en que, en el terreno de la psicopatología, el viejo término locura fue paulatinamente sustituido por psicosis. Si se quiere comprobar esto, bastará con darle un vistazo a los tratados decimonónicos. En esto, el de Griesinger muestra, de forma ejemplar, cómo entre 1845 -1ª edición- y 1892 -5ª edición, a cargo de Levinstein-Schlegel-, Irresein (locura) es sustituido por Psychose6Griesinger, W., Die Pathologie und Therapie der psychischen Krankheiten, Hirschwald, Berlin,1892..

Al igual que se está de acuerdo en considerar que psicosis sustituyó a locura en el ámbito de la psicología patológica, también se suele coincidir en que la locura forma parte consustancial de la condición humana. Y, para decirlo con términos tradicionales, esto implica que de locos todos tenemos un poco y que la locura no es contraria a la razón, sino lo otro de la razón. Tocante a este asunto, sin duda, fue Schelling el más atrevido e innovador cuando consideró la locura como la esencia más profunda del espíritu humano: “La base de la razón misma es, por consiguiente, locura”7Schelling, F., Las edades del mundo. Texto 1811 a 1815, Akal, Madrid, 2002, p. 254..

Gracias a su relativa ambigüedad semántica, el término locura se ha considerado un ingrediente esencial de la condición humana. De ahí que, en su polémica con Henry Ey, Lacan pudiera afirmar: “Y el ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura”8Lacan, J., “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1, Siglo XXI, México, 2009, p. 174.. Otra cosa es el término psicosis, menos equívoco y por tanto circunscrito a una significación ajustada a la nosología psicopatológica. Está claro que, incluso, los más desaprensivos distinguirían entre estas dos propuestas: “Todo el mundo es loco” y “Todo el mundo es psicótico”.

Ahora bien, si aceptamos que la locura es una parte esencial del ser, se nos abren dos arduos interrogantes, ambos unidos de forma indisoluble, uno de índole diagnóstica y otro, terapéutica. Sobre la expresión clínica de la locura discreta y sus posibles manifestaciones se lleva indagando sin descanso más de dos siglos y la cosa va para largo. Pero más interesante que la cuestión psicopatológica, si cabe, es la terapéutica, la cual se puede formular mediante una pregunta simple: ¿qué hacemos para convivir con esa locura esencial sin enfermar?

De la gran locura (psicosis) hemos aprendido, a través de Schreber y Aimée, entre otros muchos, que el delirio, las identificaciones (imaginarias) y el paso al acto son soluciones habituales. Además, el estudio minucioso del delirio muestra en qué condiciones se produce, en muchos casos, una estabilización. Siguiendo a Freud, parece evidente que, en el paso de la persecución a la megalomanía, es decir, en el cambio de posición subjetiva de ser objeto de la maldad del Otro a asumir una misión redentora, se da el giro del balancín del delirio paranoicoesquizofrénico (silogismo de Foville). En fin, sabemos algunas cosas muy útiles para el trabajo diario, puesto que muchos de nuestros pacientes echan mano de esas mismas herramientas de reequilibrio.

Sin embargo, con respecto a la locura (psicosis) discreta observamos incontables invenciones, tantas como sujetos hay. Y a lo que parece, a cada uno le va bien sólo la suya. A medida que vayamos conociendo con más detalle ese ámbito, seguro que podremos sistematizar ciertas tendencias, como ha sucedido con la psicosis de siempre. Pero me da la impresión de que estamos aún lejos eso. Tal es lo que se nos antoja cuando estudiamos a Joyce, el artista, cuya forma de creación parece destinada a rebajar la insoportable vivacidad del lenguaje, tan hiriente como gozoso. Según recoge Mercaton, Joyce le confesó el tormento que le ocasionó la palabra kébir, desasosiego que le llevó a pasarse la noche retorciendo e intercambiando sus fonemas, a los que «busca ecos, asonancias»9Mercanton, J., Las horas de James Joyce, Alfons el Magnànim, Valencia, 1991, p. 23.. Y de ello se pueden deducir, tocante a Joyce, el embeleso que le suscitan las palabras, la insistente presencia del runrún del lenguaje, el horror y el tormento al que le someten algunas de esas palabras, y el tratamiento que da al significante inquietante mediante la deformación fonética. Conforme al comentario de Lacan en el Seminario 23, parece que Joyce experimenta las palabras con más vivacidad de la cuenta y hasta se le imponen. De ahí el autotratamiento que inventó y con él creó su literatura, culminada en esa obra sin par Finnegans Wake, el libro de los sonidos más allá del sentido. Él fue afortunado con su invención y suponemos que le salvó de algo peor. Pero es de lamentar que su apaño sólo le valió a él.

Locos, psicóticos, neuróticos y todos los términos que queramos añadir, todos, nos guste o no, estamos abocados a la invención y al apaño. Las soluciones que ingeniamos son a veces frágiles y otras consistentes. Y para materializarlas, a menudo seguimos el procedimiento ensayo y error, como el náufrago que bracea para agarrarse al pecio. Ahora bien, como clínicos que somos nuestro cometido implica orientar a nuestros pacientes hacia la buena dirección. Afortunadamente, a estas alturas ya sabemos algunas cosas esenciales y disponemos de algunas guías. De todas ellas, a mí me sirve, en primer lugar, entender desde el principio qué es lo que funciona y qué es lo que complica; y, en segundo lugar, cuánto, cómo y cuándo perturbar la defensa, si es que hay que hacerlo. Por lo demás, adaptarse a cada caso singular, dejarse usar mientras eso sea ventajoso, respetar los inventos que equilibran –aunque sean una chifladura– y reorientar los que desequilibran, incluso si la familia y la sociedad lo ven con buenos ojos. En fin, aunque dicho así parece fácil, tiene sus complicaciones. Pero a medida que vayamos familiarizándonos con ese tipo de invenciones estaremos en mejores condiciones para dirigir las curas en la buena dirección. En el fondo, los locos inventan. Y nosotros, también. No sólo por tener algo de locos, como todos, sino porque la clínica es esencialmente una invención permanente.

 

  • 1
    Lacan, J., El Seminario. Libro 3, Las psicosis, Ed. Paidós, Barcelona-Buenos Aires, 1981, p. 12.
  • 2
    Ovidio, Tristes, Pónticas, Gredos, Madrid, 1992, p. 249.
  • 3
    Montaigne, M., Los ensayos, Acantilado, Barcelona, p. 719.
  • 4
    Pascal, B., Pensamientos, Gredos, Madrid, 2014, p. 147.
  • 5
    Gallo, H., Crimen, locura y subjetividad: Lo que dice el psicoanálisis, U. de Antioquía, Medellín, 2019.
  • 6
    Griesinger, W., Die Pathologie und Therapie der psychischen Krankheiten, Hirschwald, Berlin,1892.
  • 7
    Schelling, F., Las edades del mundo. Texto 1811 a 1815, Akal, Madrid, 2002, p. 254.
  • 8
    Lacan, J., “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1, Siglo XXI, México, 2009, p. 174.
  • 9
    Mercanton, J., Las horas de James Joyce, Alfons el Magnànim, Valencia, 1991, p. 23.